
Cuando la crisis de Venezuela se profundizó aún más y el pueblo buscaba una salida, en 2017, había un nombre que no dejaba de aparecer: Lorenzo Mendoza.
Todos en Venezuela conocen este apellido. El abuelo de Mendoza fue el fundador de Empresas Polar, el consorcio de alimentos que se ha convertido en la empresa privada más grande del país. Su harina de maíz, la cual se usa para hacer el platillo típico nacional, estaba en todas las despensas y su cerveza era un componente muy apreciado en las reuniones sociales.
Según un reporte de Anatoly Kurmanaev para The New York Times, cuando las desastrosas políticas económicas del presidente, Nicolás Maduro, provocaron la escasez de alimentos y una crisis de refugiados, Mendoza surgió como un detractor declarado de su gobierno y de su persecución del sector privado.
El refinamiento y la elocuencia de Mendoza también marcaron un contraste patente con la tosquedad del presidente. Su popularidad fue tal, que las encuestas lo pusieron contra Maduro en duelos simulados para la presidencia.
Posteriormente, Mendoza de pronto desapareció de la escena pública y Maduro dejó de llamarlo “ladrón”, “parásito” y “traidor”. El gobierno dejó de acosar a Polar con molestas inspecciones y, con el tiempo, comenzó a adoptar los cambios económicos que Mendoza había propuesto, como poner fin a los paralizantes controles de precios.
La historia de la tregua entre Mendoza y Maduro, acordada en una reunión celebrada a mediados de 2018 de la que no se había informado con anterioridad, muestra el acercamiento del gobierno venezolano, que se define como revolucionario, a la clase empresarial contra la que estuvo en guerra durante casi dos décadas.
Este insólito acercamiento ha sido la pieza fundamental de la transformación reciente de Venezuela de ser un país en donde el gobierno controlaba de manera directa la economía —y obtenía su legitimidad de los beneficios que podía ofrecer a su pueblo— a un lugar gobernado por un autócrata dispuesto a permitir el capitalismo de facto a fin de evitar un desplome y seguir conservando el poder.
Este giro sorprendente no ha logrado resolver los problemas económicos de Venezuela, pero ha reactivado ciertos sectores de la economía, alentado algunas inversiones y permitido que Maduro resista las sanciones de Estados Unidos y el aislamiento de la comunidad internacional. Y para los empresarios, estos cambios han significado la posibilidad de volver a hacer negocios.
“Es muy difícil explicar que estamos muy mal, pero que hay cierto optimismo”, dijo Ricardo Cusanno, director del grupo industrial más grande de Venezuela, Fedecámaras. “Personas serias, tradicionales, están decidiendo continuar invirtiendo”.
Debido a la paralización de las empresas estatales venezolanas, que solían ser muy productivas, los ministerios de Maduro han regresado discretamente decenas de empresas a operadores privados, incluyendo hoteles icónicos e ingenios azucareros que habían sido expropiados, señaló un asesor del gobierno que ayudó a diseñar el programa.
Están rentando, a cualquiera que desee trabajarlas, las extensiones de tierra que Hugo Chávez, el predecesor y mentor de Maduro, les expropió a las élites de terratenientes en nombre de la “Revolución bolivariana”. Los acosos a las empresas privadas han dado paso a reuniones cordiales entre ministros y dirigentes empresariales.
Ya no se aplican las estrictas leyes laborales que habían prohibido que las empresas despidieran a nadie sin la autorización del gobierno, mientras que este desmantela sindicatos y se hace de la vista gorda ante los despidos. Las complejas restricciones comerciales fueron remplazadas por exenciones fiscales e incentivos para las exportaciones.
La mayor concesión de Maduro fue poner fin al control draconiano de cambios que había pesado sobre todas las transacciones económicas. Los empresarios venezolanos, a quienes de pronto les permitieron usar dólares, importaron suministros y pagaron mejores salarios, con lo que en parte neutralizaron el desplome en la producción del Estado.
Desde luego, después de seis años de una contracción continua, Venezuela es una sombra de lo que fue, una economía extractiva que se ha mantenido a flote con las exportaciones de petróleo cada vez menores, con el comercio ilegal de oro y con una iniciativa privada a pequeña escala. Bajo el régimen de Maduro, el país ha perdido casi tres cuartas partes de su producto interno bruto y casi nueve de cada diez venezolanos tienen problemas para satisfacer sus necesidades básicas.
Aproximadamente, cinco millones de los treinta millones de venezolanos han salido del país y han dejado a las empresas sin clientes y sin empleados. Además, los funcionarios locales siguen extorsionando a las empresas.
No obstante, la reciente liberalización económica ha generado oportunidades para las compañías que puedan adecuarse a atender a los venezolanos que cuentan con dólares para gastar: uno de cada diez. La economía está muy limitada, señaló Cusanno, del grupo industrial, pero “el hecho de que todavía esté medio viva es gracias al sector privado”.
La relación de trabajo entre el gobierno y las grandes empresas es un cambio asombroso tras décadas de tensiones.
Fuente: The New York Times
Tomado de The New York Times: De ‘parásitos’ a socios: así hace negocios el socialismo de Venezuela