Los pleitos del ‘Altum’ dan vértigo

El vértigo impacta los sentidos cuando la altura domina la escena. Pero para los comensales de Altum, el exclusivo restaurante que viene a imponer otra moda de extravagancia y lujo en Venezuela, la aventura es tener la ciudad a los pies. 

Rozar las nubes a 50 metros del piso en una ciudad que está a unos 900 metros sobre el nivel del mar ofrece una panorámica digna de Instagram. Y eso que al valle de Caracas lo rodea un cinturón de miseria, no siempre fotogénico, que se pierde por el sur, este y oeste. Porque resulta evidente que la desigualdad desde lo alto se percibe de manera diferente y que la metrópolis todavía aloja una burbuja de recuperación y optimismo, siempre ante la incertidumbre de si va a estallar. 

Un informe de Naciones Unidas reveló que 6,5 millones de personas padecieron hambre en el país entre 2020 y 2021. Pero aún en ese contexto floreció un restaurante como Altum, cuyo target apunta más a un público privilegiado y ansioso con divisas frescas, dispuesto a pagar una reserva de 180 dólares para subirse a la plataforma y hacer eco al espejismo de Venezuela “se arregló”. 

Para quien lo quiera disfrutar y pueda pagar: en Altum, en un terreno de la sexta avenida, entre tercera y quinta transversales de la urbanización Altamira, en el noreste de Caracas, hay seis horarios para el ascenso, o seis turnos de servicio, todos los días de la semana. La experiencia, de altura, dura una hora y 20 minutos, diseñada para 25 comensales como máximo, ubicados en el borde externo de la estructura, reclinados en sus sillas, mientras que dos bartender, un chef principal, dos auxiliares de cocina, y un DJ y animador están en el punto medio del área. A todos se les ofrece barra abierta, música en vivo y un menú gourmet internacional a cuatro tiempos que inicia con un abrebocas, al que le siguen la entrada, el plato principal al grill y el postre.

Antes de la inauguración, Altum recibió a numerosos influencers durante las pruebas de seguridad. Crédito: Cuenta Instagram de Buono Restaurant. 

La novedad, entonces aún sin abrir al público y en etapa de prueba, llamó la atención de muchos medios venezolanos. Su propietario dio la cara en una virtual gira de prensa, una campaña abrumadora que buscaba disipar cualquier duda sobre la legitimidad del negocio o la seguridad de su propuesta, más afín al parque de atracciones. Parecía que el ruido y, tal vez, otra vez, la altura, impedirían distinguir las disputas más terrenales que se cernían sobre el emprendimiento. 

Sin embargo, la inversión en equipos, infraestructura y difusión en redes sociales no ocultó ni la tumultuosa controversia legal que pesa sobre el sitio ni la crítica proferida por los responsables de Dinner In The Sky, marca pionera del concepto desde 2006.

Del hecho al derecho

Altum y la grúa que alza su estructura a 50 metros quedan al lado del restaurante Buono. Tener presente que se trata de una dupla siamesa, la de Altum y Buono, resulta clave para entender esta historia.

Para empezar, comparten propietario. Ambos negocios son de Nelsy Javier Blanco Gil, empresario venezolano que salió del anonimato en medio del lanzamiento del restaurante aéreo.

“Soy el dueño de Buono desde hace diez años. Estoy en el mundo gastronómico desde hace 20 y este [el de Altum] es un concepto que nació en Bélgica, lo vimos por internet y decidimos que nos hacía falta para competir”, dijo Blanco durante una entrevista publicada en el portal NTN24.

En las aguas turbulentas de la economía venezolana, Buono puede jactarse del éxito de su continuidad. Desde sus inicios se distinguió por la comodidad de su espacio y el consumo sin protocolo, en un local donde servían pizza, ceviche y pasta, o se iba por un helado y a tomar un café en una zona tranquila de la ciudad.

Las operaciones comerciales de Nelsy Blanco están amparadas por la empresa Restaurante DRMC C.A., constituida en 2002 en Caracas y que tiene como sede la quinta Noya, número 11: se trata de la casa de 578 metros cuadrados donde ahora funciona Buono.

Al fondo de la casona de Buono hay un pasillo que, a la izquierda, comunica con la sala de espera de Altum, el lugar previo donde los comensales aguardan su turno para subir a la plataforma. La grúa de la que cuelga la estructura móvil del restaurante ocupa el terreno de lo que antes fue la quinta Tolosa, número 12, con un área de 638 metros cuadrados.

Fue en esa vecindad física de los dos terrenos por donde la contienda se coló.  

Hasta 2019, las fichas catastrales de las dos parcelas señalaban como propietario al Grupo Soldur C.A. y Javier Pont Casas, abogado venezolano de origen español dedicado al negocio de los bienes raíces y el turismo, pero al que envolvió un enredo legal que llegó hasta el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ).

Lo que constaba en papeles, en los hechos cambió con velocidad. Fue el 4 de marzo de 2021 cuando Pont Casas conoció, para su sorpresa, la nueva situación de los terrenos. Al intentar un mero trámite administrativo de actualización de la ficha catastral, encontró que ahora el documento aparecía a nombre del inquilino con quien mantuvo dos contratos de arrendamiento desde 2012 hasta 2018: Nelsy Javier Blanco Gil. 

El cambiazo había ocurrido en 2019. Para cubrir el despojo, el 3 de diciembre de 2019 el Juzgado Segundo de Municipio Ordinario y Ejecutor de Medidas de la Circunscripción Judicial del Área Metropolitana de Caracas declaró con lugar y a favor de Blanco Gil, dueño de Buono, la “prescripción adquisitiva” del inmueble. Esta es una medida que, en Derecho, permite obtener derechos de una propiedad luego de que hayan transcurrido entre 10 y 20 años de posesión continua, ininterrumpida, pública y con intención de tener la cosa como suya propia.

Sin embargo, como lo advierte el abogado Ali Daniels, de la organización Acceso a la Justicia, “la ocupación tiene que ser pacífica y que no exista ningún otro tipo de contrato, ni alquiler, ni comodato. Además, el propietario debe ser notificado y tener un defensor nombrado por el tribunal en caso de que sea necesario”. La prescripción adquisitiva transforma una situación de hecho a una de Derecho cuando no existe certeza sobre el dueño.

Pero Javier Pont Casas, el propietario según los documentos hasta 2019, no estuvo ausente en todos estos años. Por el contrario, aún en portales y redes sociales se encuentran reseñas sobre sus apariciones públicas como empresario del sector turístico y en el ejercicio de sus funciones como vicepresidente de la Asociación Venezolana de Agencias de Viajes y Turismo (Avavit), en 2012 y 2015.

El asunto se viene dirimiendo en el TSJ. Entre 2021 y 2022, fue un continuo ping-pong de las demandas y apelaciones, amparos y medidas cautelares, edictos, autorizaciones y cientos de oficios que engrosaron un expediente judicial de más de 600 páginas.

Las sentencias publicadas por el máximo órgano judicial del país narran a cuentagotas lo que desde entonces ocurrió entre ambas partes. Javier Pont Casas trató de demostrar a los magistrados la tradición legal de los terrenos que fueron adquiridos a una sucesión -de los cuales uno fue alquilado a Blanco Gil y el otro no, si se sigue la versión del arrendador-, mientras que el dueño de Buono intentó argumentar a través de sus abogados de que no existe una verdadera posesión por parte de Pont Casas, porque, según el alegato de Blanco Gil a través de sus abogados, nunca se registró la declaración sucesoral de los antiguos dueños, quienes representaban la sociedad Grupo Soldur C.A. y quienes habrían cedido los derechos heredados al abogado venezolano.

La controversia legal fue manejada a través de dos juicios, uno penal y otro civil. En la Sala Constitucional del TSJ reposa unos de los escritos a cargo de la magistrada ponente Lourdes Suárez Anderson, de enero de 2022, y otro de los documentos legales fue recibido en la Sala de Casación Penal el 31 de mayo de 2022, con ponencia del magistrado Maikel Moreno.

El primero de estos documentos del TSJ desliza los argumentos de Nelsy Blanco Gil para demandar los derechos sobre la propiedad. Desde 2019, el dueño de Buono -y hasta entonces inquilino de los terrenos- acusó de usurpación al Grupo Soldur C.A. y a un tercero -un heredero, antecesor de Pont Casas en la propiedad, que falleció en septiembre de 2017- porque no había dejado ninguna declaración sucesoral legalizada y, por tanto, no traspasó la propiedad de un dueño a otro. “Los accionantes [Grupo Soldur C.A.] confunden al Tribunal cuando se autodenominan propietarios”, puntualizan los abogados de Blanco en el documento. 

Ante la pregunta de si todavía existe una controversia legal en torno a los terrenos, Blanco respondió vía telefónica a Armando.info que “no”. Sin embargo, fuentes judiciales que conocen el caso admitieron que se seguirán ejecutando medidas. Sobre la propiedad de los inmuebles el dueño de Buono indicó parcamente que “sí, es el único dueño” y que esa “asesoría legal” debía consultarla con los abogados. “Si esta es la historia, no estoy interesado en hablar”, puntualizó, antes de trancar la llamada.

Armando.info intentó contactar a los abogados de Javier Pont Casas, pero no fue posible obtener una versión de su parte. 

Justicia en entredicho

Las causas y sentencias cursadas ante el tribunal tuvieron resoluciones a tiempo, una verdadera excepción dentro del siempre engorroso sistema judicial venezolano, campeón en los plazos incumplidos. Pero los abogados defensores de Pont Casas encuentran en el proceso irregularidades más gruesas que una inesperada diligencia.

Según explican en el escrito de la sentencia de la Sala de Casación Penal del TSJ, se omitió “la citación personal de los dueños del bien arrendado y del inmueble colindante, a sabiendas del paradero de estos y de sus apoderados y mandatarios”. Además, señalan en el documento, Blanco Gil habría declarado falsamente y ocultado información al juez, con lo cual la decisión quedó viciada, a su juicio.

“Lo más insólito y descarado”, siguen los abogados en el escrito, “es que logró también mediante este procedimiento viciado y fraudulento, que el señalado Tribunal Segundo de Municipio de la Circunscripción Judicial del Área Metropolitana de Caracas, le otorgara también la propiedad sobre la quinta Tolosa llegando este ciudadano [Nelsy Blanco Gil] al extremo de invadir el terreno y la casa-quinta, ingresando al inmueble, cambiando cerraduras de puertas de entrada y dándole acceso a personas extrañas para que lo ocupen de forma totalmente ilegal e irregular”, puntualiza el escrito. 

Solo con lo aducido en este párrafo se desmontaría la prescripción adquisitiva, que debe ser ininterrumpida, pública y pacífica.

En los expedientes judiciales se revela que en el contrato de arrendamiento de los terrenos figuraba, además del propio Blanco Gil, otro empresario venezolano, Raúl Brik Yanawsky, que, a diferencia de Blanco, conserva un bajo perfil público.

En todos los casos judiciales y en la presentación a la prensa de Altum, Nelsy Blanco Gil es la cara visible, aunque comparte sociedad con otras dos personas según el Registro Nacional de Contratistas (RNC): se trata de Maribel La Spisa, con igual porcentaje de participación accionaria en Buono, pero no reside en Venezuela; y Rodolfo Valentini, dueño de la Granja Avícola La Ponderosa. Son los socios que aparecen en la documentación oficial, al menos hasta 2018. Otro dato en la ficha del RNC es que Restaurante DRMC C.A. está habilitado como contratista del Estado y su servicio es, previsiblemente, el proveer comida. Sin embargo, no aparecen indicios de que haya contratado con entidades gubernamentales.

Una revisión en los registros del Servicio Autónomo de Propiedad Intelectual, entre 2008 y 2012, establecen que un empresario de nombre Michel Coriat Harrar, fue quien tramitó los derechos de protección de la marca Buono Café para Restaurante DRMC C.A. aunque no aparece vinculado públicamente al establecimiento de comida ni a sus dueños. En 2014, Nelsy Blanco solicitó los derechos de marca para Buono y Buono Fresh, este último asociado a un establecimiento de comida que estuvo funcionando en un local de feria del Centro Comercial Líder, en Caracas, hasta 2018.

El show vs la cocina

El concepto de los restaurantes aéreos existe desde hace casi dos décadas y lo maneja la marca Dinner In The Sky, con operaciones en más de 60 países, entre los que se cuentan Australia, Japón, India, Emiratos Árabes Unidos, Sudáfrica, Brasil, Estados Unidos, México, Canadá y China. Su éxito radica en dos palabras: exclusividad y seguridad. “El cielo es un sueño que siempre ha fascinado al ser humano. Hoy la gente quiere tener experiencias extraordinarias”, explica el emprendimiento en su web donde, además, publica la normativa internacional que asegura el diseño para garantizar la vida y seguridad de los usuarios de sus plataformas.

En el caso de Altum, sus redes sociales no contienen referencia alguna a esas normas internacionales. En una entrevista que hizo el diario El Nacional de Caracas a David Ghysels, cofundador de Dinner In The Sky, este advirtió que su imitador caraqueño pudiera estar incurriendo en fallas que arriesgan la seguridad. “Lo que vemos en el video está fuera de sentido y muestra cómo la seguridad está ausente”, dijo el belga después de observar las fotografías y videos de influencers que promueven las novedades del sistema de Altum.

Ghysels comentó en la entrevista que los dueños de Altum no se acercaron a pedir asesoría, como hubiese sido lógico, sino que “simplemente copiaron la idea, utilizaron algunos de nuestros inventos e incluso nuestro eslogan: ‘¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez?’”.

A finales de 2022, el restaurante aéreo era un hecho consumado en el terreno que alguna vez ocupó la quinta Tolosa y al lado de Buono. Hay un pequeño estacionamiento frente a ambos locales, una calle en un sentido de norte a sur que solía tener poco tránsito y ahora concentra miradas curiosas que desde abajo apuntan a la inmensidad del cielo azul. Allí, la grúa amarilla que sostiene el restaurante destrona a las nubes.

El local proclama la vuelta a la vida de una zona bohemia y gastronómica que, si bien nunca sucumbió ante los embates de la crisis económica, tuvo mejores épocas.

A pocos metros de Altum, queda Casa Cortés, un  legendario restaurante de comida española que siguió funcionando a pesar de que su dueño, Juan Cortés, un migrante gallego que llegó a Venezuela en 1967, fuese secuestrado muy cerca de su local a principios de 2012. Frente al restaurante aéreo está uno de los pocos edificios de la cuadra, la boutique de Nino Carbone, un reconocido sastre siciliano. 

En 2022 se inauguraron más de 200 restaurantes en la Gran Caracas, de los que Altum es apenas uno de ellos. “Está la idea de un supuesto boom, pero no es así. En 2014 abrieron 126 restaurantes entre Los Palos Grandes, Altamira y La Castellana [zonas del noreste de Caracas], hoy hay 70, en una aproximación”, comentó Miro Popić a Armando.info. El periodista venezolano, nacido en Chile, especializado en gastronomía, recuerda que las quintas en Las Mercedes eran restaurantes y, luego del cambio de zonificación, dieron su lugar a edificios. “Hoy no nos acercamos al boom en cuanto al consumo que tuvimos en otra época”, dijo al hacer referencia al poder adquisitivo de la clase media venezolana, profesionalizada, que era asidua visitante de los restaurantes. 

Popić explicó que “hay que entender el negocio gastronómico: piensas en comida, como espectáculo o como un lugar fashion, meramente prefabricado”. Y estimó un lapso de 18 meses para ver resultados: Entonces, “o cierras o renaces”.

Ileana Matos, periodista con una reconocida trayectoria en la cobertura del sector gastronómico, advierte durante una entrevista telefónica con Armando.info que “el comensal menos educado busca innovación” y se deja tentar por la moda. 

“¿Cómo es la cocina de ese restaurante [Altum]? ¿Tiene cocina?”. La pregunta de Matos es la misma que se han hecho varios usuarios en redes sociales quienes cuestionan el costo de la comida y del servicio, comparándolo con otros locales en distintas partes del mundo. Finalmente, una preocupación que ocupa a Matos es que los atractivos han desplazado las iniciativas de chef que buscan realzar la cocina venezolana que “ha perdido fuerza” frente a otras propuestas.

Aunque distintos influencers han colgado videos en plataformas como Instagram y TikTok, resulta elocuente que periodistas gastronómicos como Miro Popić e Ileana Matos no han sido invitados para una degustación del menú. Esto parece indicar que el del espectáculo es el modelo de negocios que ha desplazado al estrictamente culinario. “Hay un público que sigue la onda y la moda de la ciudad”, puntualizó Popić.

Desde lo alto el miedo es caer. Si la apuesta por un restaurante de alto costo se asienta sobre un terreno en disputa legal, existe una posibilidad real de que haya novedades al respecto.

Altum es el primer restaurante aéreo de Venezuela que guinda sobre una controversia legal. Crédito: Armando.info

Tomado de Los pleitos del ‘Altum’ dan vértigo