En la estación de metro de Chacaíto existía una imagen de bronce pegada a una pared con una cita, que si mal no recuerdo, rezaba «…pasaron días y más días desde el primer día…» Traigo a colación estas palabras pues me acongoja ver la actitud de la sociedad venezolana en conjunto frente al problema político que se nos cierne. Veo con profunda preocupación que muchos de los miembros de nuestra sociedad se han postrado ante la idea pueril que sugiere que la resolución de nuestros problemas recae sobre hombros ajenos y, como en el cuento aquel del niño que estaba por caerse del balcón mientras propios y extraños observaban atónitos y esperaban en morbosa impavidez, todos aguardan impertérrita y sosegadamente el desenlace fatal.
Otro argumento popularmente esgrimido es aquel de la necesidad de una figura mesiánica que saque del letargo al colectivo que espera en estado de hibernación indefinida la emergencia del salvador. Ya que tal figura, indiscutiblemente producto de la imaginación popular, no aparece pues la sociedad en su conjunto ha tomado, quizás de forma inconsciente, una actitud de total abandono para con la política y el ejercicio de deberes ciudadanos.
Al respecto tengo el deber ciudadano de informar y sacudir, en la medida de mis escasas posibilidades, esa modorra que parece haberse instalado en las mentes y los espíritus de mis compatriotas. Muchos se preguntaran sobre la legitimidad de mi accionar y en ese sentido debo recalcar que es la misma que posee toda persona socialmente responsable. La solución de nuestros problemas recae única y exclusivamente sobre nosotros y por ello debemos comenzar tan pronto como sea posible con un examen muy crítico de conciencia que conlleve a cambiar nuestra forma de actuar y reaccionar ante hechos que de ninguna forma permitiríamos en nuestras vidas privadas. Un buen ejemplo seria un encargado de condominio que termina por ceder apartamentos que no son de su propiedad a sus compinches; o un maestro de escuela que inculque valores a nuestros hijos que no gocen de nuestra aprobación. Así me pregunto ¿permitiría yo tal cosa? La respuesta es «por supuesto que no». ¿Porque debo permitir entonces que Hugo Chávez, o cualquier otro gobernante de turno, haga y deshaga con mi vida y la de mis seres queridos?
El país es nuestra casa y lo que en ella sucede nos compete a todos. Por ello la verdadera revolución es la individual, es aquella que comienza cuestionando el yo interno y actuando en consecuencia. Cuando la mayoría de los miembros que forman un grupo social empiezan a cumplir con sus deberes y ejercer sus derechos arriba el cambio, que al ser común se transforma en indetenible y permanente. Si todos los residentes de esa casa cocinan, limpian, ordenan, trabajan y mantienen relaciones cordiales y respetuosas entre si muy probablemente la casa siempre será un santuario de tranquilidad anhelado por todos. No ese el caso en nuestra Venezuela.
Solo cambiando internamente lograremos cambiar a Venezuela.
Tomado de La verdadera revolución es la individual