Así describen el sueño nazi del “sicario cibernético” colombiano Gustavo Rugeles

Por Gonzalo Guillén y Julián Martínez | Opinión
La Nueva Prensa

El tuitero Gustavo Rugeles Urbina inició sus ansias de figuración como militante de las cuadrillas del movimiento neonazi colombiano. Mestizo y criollo, como la mayor parte de este país, defiende con encono la ideología sobre la supremacía de la raza blanca pura, de la que anhela llegar a ser parte. Es su manera -propia y singular- de buscar el ascenso y reconocimiento social que le han sido resbalosos en sus 34 años de vida. Ha sido fotografiado en reuniones bogotanas secretas en las que lleva la esvástica del holocausto judío amarrada a la manga de su brazo derecho y la hace más llamativa cuando, con orgullo, lo extiende al frente y, con sus copartidarios, vocifera en coro el saludo fascista universal: “¡Heil Hitler!”.

Con el uso de un computador y un teléfono, mantiene en Internet un emprendimiento unipersonal propio de desinformación y agresiones calumniosas por las que cobra a sus clientes propinas y socorros, “igual como lo hacen los sicarios”, según lo resumió, bajo la condición de anonimato, una persona cercana a él.

Rugeles Urbina, más conocido en estos días por los casos judiciales en los que se ha visto envuelto por agredir y malherir violentamente a diversas mujeres, es un impostor de periodista. Su única formación ha sido la de contabilista sin título.

Sus quebrantamientos legales están documentados en diversos expedientes de la administración de justicia por conductas distintas y más graves y criminosas que los sencillos delitos de su rutina diaria, consistentes en atribuir a otros actos deshonrosos o lanzar contra ellos palabras ultrajantes. Su historial penal incluye denuncias en su contra por abandono de un hijo menor de edad, diversas agresiones sangrientas a mujeres, hurto, estafa, falsedad y, por supuesto, injuria y calumnia.

La mayor de sus osadías continúa siendo de marca mundial, tanto por el atrevimiento y la sangre fría con que la cometió, como por el alcance que consiguió darle al lograr que, mediante timos, fuera publicada en El Espectador:

Atendiendo el pedido de uno de los compradores de sus “bienes” y “servicios”, no vio inconveniente en acusar con entera falsedad al abogado penalista Jaime Granados Peña de haber violado a una de sus propias hijas menores de edad. Para robustecer el escrito usó testimonios y circunstancias inventadas por otro abogado que contrató a Rugeles para degradar de un golpe el estatus moral del agredido.

Granados se vio en la necesidad de convocar a una rueda de prensa, junto con su esposa sollozante, con el propósito de tratar de convencer a la opinión pública sobre el tamaño y la gravedad del atentado irreparable en contra suya y de su familia. El mayor estupor se hizo presente en los círculos de la extrema derecha y el uribismo -al que pertenece Rugeles-, si bien el agresor contratante como la víctima hacen parte de esa porción de la sociedad. De hecho, Granados es el abogado de cabecera de Álvaro Uribe, por encima del presidiario Diego Cadena y Jaime Lombana, este último con funciones de reemplazo en ese círculo.

Otra peripecia, temeraria, irracional y cómica, fue una acusación contra el expresidente Juan Manuel Santos con la que quiso interpretar el odio que le profesa su antecesor, Álvaro Uribe. Acusó al primero de haberle robado dinero a Colombia y para esconderlo abrió cuentas bancarias personales en el Instituto de las Obras de Religión (IOR), de El Vaticano, popularmente llamado “banco vaticano”. Rugeles imaginó que un particular puede contratar en el mercado servicios “bancarios” en esa institución, fundada por el papa Pío XII en 1942 para administrar los recursos del catolicismo y financiar las iglesias más pobres alrededor del mundo. Rugeles llegó al delirio de informar que, basado en sus tácticas investigativas, conoció los números de las cuentas mercantiles de Santos en El Vaticano.​

Dentro del mismo uribismo reían y comentaban que deberían convencer a Rugeles Urbina de que el Banco de Sangre expide tarjetas de crédito, concede sobregiros y ofrece una red internacional de cajeros automáticos.

Como argumento positivo para las ventas de sus “servicios”, durante un tiempo Rugeles Urbina utilizó el embuchado que metió en El Espectador contra Granados. Esto queda al descubierto en grabaciones públicas que la Fiscalía le hizo a él y a uno de sus antiguos “clientes”, hoy desilusionado: Luis José Pupo Imbett, quien en una charla interceptada judicialmente explica que a “El Espectador, él [Rugeles] le hace unas cosas bacanas, que ellos lo protegen a él en las vainas y que el que se meta con él, él lo clava, que él sabe que en esas esferas eso vale un billete”.

Una persona que fue cercana a Rugeles cuenta que “tiene tatuajes nazis en un brazo: el águila y la cruz, y hace lo que sea para ocultarlos”.

Un excompañero de trabajo de Rugeles recordó: “Se tapaba los tatuajes nazis hasta cuando un día se los descubrimos y nos echó el cuento de que se había visto obligado a hacérselos. Después, obvio, supimos que los tenía por convicción, odia a los judíos”.

Rugeles “fuma mucha marihuana y toma trago todo el tiempo, trata muy mal a la mamá y le molesta que ella viva en un humilde barrio obrero”, recordó otro excompañero de trabajo.

Las personas consultadas que han estado a su lado concuerdan con que no le conocieron amigos. Uno de ellos contó que le gustaba oír canciones del canadiense Leonard Cohen “a pesar de que Rugeles no entiende el inglés y por eso mismo ignora el significado las letras”.

La brutalidad contra las mujeres puede ser, al lado de la militancia Nazi, su principal característica, varias veces consignada en peritajes forenses del Instituto Colombiano de Medicina Legal y en escándalos públicos. Las golpizas a sus parejas se anuncian con griterías como esta:

 

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