A la memoria de Eric Ekvall

Eric Ekvall

Pocas cosas positivas me quedaron de la experiencia de la campaña presidencial del año 2006, cuando tuve no sé si la fortuna o la desdicha de ser testigo de primera fila de cómo se bate el cobre en la política venezolana. Sin duda, una de las más positivas fue haber conocido, trabajado, y compartido con Eric Ekvall, quien también había sido contratado como estratega y asesor de comunicaciones. Recuerdo haber asistido con Eric al anuncio de la tarjeta «Mi Negra». Como no conocía a ninguno de los chivos del entorno, le pregunté a Eric quién era el responsable. No sólo me confió el nombre sino que accedió a llevarme hasta la oficina indicada, presentarme a la persona responsable, hacer las presentaciones del caso y acompañarme durante la muy breve reunión.

Eric, y Romulo Guardia, fue el único que siempre estuvo dispuesto a escuchar mis ideas, discutir de forma franca y abierta el valor de las mismas, y, de considerarlas válidas, inmediatamente ponerme en contacto con las personas que consideró relevantes para ponerlas en práctica. Tal era la magnanimidad de Eric, siempre bien dispuesto a ayudar, a aportar, a sumar esfuerzos por el objetivo en común. Otras personas del entorno, antes de siguiera escuchar una opinión distinta, primero preguntaban «y tú para qué quieres hablar o conocer a fulano?» Eric en cambio juzgaba a las personas por lo que podían aportar, sin distingo, mezquindad, ni discriminación.

El aporte de Eric a Venezuela fue producto de una decisión, mas no de haber nacido en el terruño, como muchos de nosotros. Eric escogió a Venezuela, escogió vivir en Venezuela, y entregarle su vida, esfuerzo y lo mejor de sí a un país que no era el suyo. Crió buenos hijos, a quienes impartió excelentes valores morales, y éticos, tan escasos en estos tiempos de degeneración revolucionaria.

Tristemente, un poco como le sucedió a Bolívar, Eric no pudo volver a ver una Venezuela libre, democrática, soberana, pujante, y llena de posibilidades. Le tocó el destierro, de su querida patria adoptiva, lo cual seguramente fue aun peor que para quienes no la sienten. Luchador hasta el final, digno, ya metido en el trance de su enfermedad terminal, todavía le quedaba magnanimidad y amor por Venezuela suficientes como para hablar de su situación la última vez que conversamos hace apenas un par de meses.

Esta mañana pasó, sin duda, a mejor vida. Allá donde va no va a tener que lidiar con lo que tuvo que enfrentar en los últimos años. Se fue uno de los valiosos, un verdadero amigo de nuestra Venezuela. Su ejemplo quedará en la memoria de quienes tuvimos la fortuna de conocerlo.