La Universidad Metropolitana fue un excelente punto de partida para mi educación literaria. Reiteraba mi viejo que era obligatorio que me leyera los escritos de Rómulo Gallegos. Mi libro favorito terminó siendo La Trepadora, una novela deleitable acerca de la ambición descomedida, la mezcla de razas en Venezuela, y la conquista del poder económico y público. En La Trepadora el lector disfruta en el paisaje de las haciendas de café sembradas en el corazón de los ricos valles venezolanos, donde se desarrolla un gran conflicto por poder, estatus, y dinero. El Este de Caracas en el 2013 tiene mucho de la ambición de la familia trepadora: los Guanipa. Victoria, la hija de un bastardo, representa una especie de pasarela entre la barbarie del campo y las aspiraciones más altas de la sociedad. Es una obra estupenda de un venezolano insigne. Pero hay otra novela, que no leímos en la UNIMET, que de criolla no tiene nada, y que ilustra perfectamente la Venezuela de hoy, haciendo hincapié en la feria de vanidades tan corrupta donde se dan la mano los amos del valle, los apóstoles de Carlos Andrés, los corruptos de la cuarta, y la enorme clase nueva: la Boligarquía. Se titula La Rebelión en La Granja, de George Orwell. La obra de Orwell supone que la dictadura del granjero, donde los animales son utilizados para el lucro, es objeto de una insurrección por parte de los animales del hato. Todos se le enfrentan al granjero y lo botan. Caballos, ovejas, gallinas, y cerdos, todos se alzan. Al fin, quedan los cerdos a cargo de la administración de la granja, y poco a poco van cogiendo las prerrogativas que eran del propietario. Privilegios como la vivienda del granjero y sus raciones, y hasta empiezan a dormir en el mismo lecho del granjero. Mientras tanto, imponen una despiadada autocracia en contra de los demás animales del hato. En la última fase del libro los cerdos se sientan a negociar con el granjero, y montan una fastuosa fiesta en la estancia de la granja e impiden a los demás animales entrar a la casa y participar en la fiesta. Los otros animales, muertos de la curiosidad y del miedo, se acercan a la ventana y le echan un ojo a la celebración. Los animales de la granja allí reunidos se dan cuenta de algo aterrador: los cerdos no andan en cuatro patas, andan en dos, y están vestidos de humanos. Es más, el granjero ya no se parece al granjero.
En las palabras de Orwell: “No había duda de la transformación ocurrida en las caras de los cerdos. Los animales asombrados pasaron su mirada del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo; y, nuevamente, del cerdo al hombre; pero ya era imposible distinguir quién era uno y quién era otro.” Los del antiguo régimen y los de la revolución son igualitos. Y eso, ¡eso! es lo que ha pasado en nuestra Venezuela. Omitiendo unos apellidos muy selectos, aquí en este país se ha perdido la vergüenza, el pudor, la moderación, y el decoro, al mezclarse lo mejor con lo peor, todo en la búsqueda del dólar preferencial. Y todo esto con la desatinada coartada: “si no lo hacemos nosotros lo harán otros, así que aprovechemos que por lo menos nosotros somos «mejores» que ellos”, y así hemos derrochado 100 años de ingresos petroleros (acumulados en tan solo 14 años) y la posibilidad de desarrollar un país y convertirnos en una potencia económica del primer mundo. Un desenvolvimiento consecuencia de pura viveza y, en lo mas básico, falta de clase.
Elementalmente no soy chavista y me dan náusea los monstruos que nos gobiernan. Pero más asco me dan los sujetos “bien” que participan en la legitimación de las reputaciones de aquellos que tanto han corrompido la sociedad civil y las instituciones, como la decencia y el rechazo personal. No estoy hablando de los hackers supuestamente “éticos” que se dedican a limpiarle la reputación en línea a cuanto malandro de nuestra nación paga la cuota. No, hablo de los que, por asociarse, le dan el visto bueno a los choros que roban y destruyen todo lo que encuentran.
Anexo una ilustración perfecta en este ensayo. Sentado, como gran señor, y con una apariencia de disgustado, está fotografiado el dueño de la compañía venezolana de plantas eléctricas que se ha robado más de 2 mil millones de dólares. Con sus socios, éste tipo se robo el equivalente a 427.350 años de sueldo mínimo de un obrero. Dicho de otra forma: se robaron el sueldo mínimo de más de dos años de trabajo de la población entera de Boconó.
Este individuo está rodeado en éste retrato de gente de alcurnia y estirpe colonial. Del más rancio linaje venezolano, incluyendo los beneficiarios del apellido (porque de la herencia no les queda nada) más solemne y noble de la historia de lo que fue la República de Venezuela. También está en la foto la hija de un zoólogo que llegó de Alemania, y le dio a Venezuela décadas de servicio en pro de la educación científica y la conservación ambiental. La foto también incluye a los nietos de uno de los médicos más ilustres de la historia del avance científico de Venezuela, un gran estudioso acreditado, que por poco logra el galardón mas anhelado del mundo, un premio Nóbel, por haber desarrollado la vacuna en contra de una enfermedad infecciosa. En una ironía de proporciones homéricas, este abuelo médico de los retratados, fue alumno destacado de Rómulo Gallegos.
¿Dónde están? En un yate italiano, navegando los caños de Venecia, rumbo al matrimonio de uno de los marrulleros más ladrones que ha tenido Venezuela en la ultima década. Otro dueño de la misma nauseabunda empresa de plantas eléctricas, que en su derroche y su “cover-up” tanto perjuicio le ha causado a Venezuela. El matrimonio costó una fortuna y todos estos jaladores de bola, como los vemos en la foto, haciéndole reverencia y pleitesía a un chamo de la Lagunita, que llamábamos “chimbin”, y que a los 27 logro robarle al país una suma que lo hace creerse intocable e impune. En vez del rechazo, el despido, y el disgusto, lo que vemos en la foto es la entrega y el visto bueno. Aquí no hay vergüenza o discreción, no hay estándares de comportamiento, solo el lema “¡Viva la robolución! ¡Rumba!”
Qué país es el que ha producido esta gentuza? No es el de Uslar. Ni el de Gallegos. Es uno donde nos hemos olvidado cómo reconocer lo grotesco, lo bufo, y hemos convertido a nuestra “élite” en el hazmerreír. Los mejores carecen de convicción, mientras que los peores rebosan intensidad apasionada. Qué asombro. Qué lastima. Qué fallo.
La semana entrante empezare a escribir acerca de la curiosa historia de Carlos Eduardo Kauffmann Ramírez, prototipo clave de la sociedad de cómplices e ilustración de cómo se amolda la cuarta con la escoria de la quinta. Si acaso me quieren contactar, favor enviarme un correo a la dirección del editor: [email protected] (en el sujeto «para Tomás Lander»).