Dos semanas han transcurrido desde que se realizó la Conferencia de Ministros de la Opep en Viena. Tiempo suficiente para hacer algunos comentarios, basados en hechos, sobre el papel que ha venido jugando Venezuela en la organización.
Venezuela es miembro fundador de la Opep, junto a Arabia Saudita, Irán, Irak y Kuwait. Estos cinco países suman los más grandes yacimientos de petróleo conocidos hasta ahora en el mundo. Dicho de esta manera pareciera que son iguales y que tienen intereses en común, pero eso solamente es un espejismo.
Desde la época de Juan Pablo Pérez Alfonzo, uno de los impulsadores de la creación de la Organización de Países Exportadores de Petróleo –el otro fue Abdullah Takiri, primer ministro Saudita de petróleo-, en Venezuela se ha inventado un mito alrededor de la Opep y se atribuye a su participación en ese grupo de naciones del Tercer Mundo, verdaderos milagros reivindicativos frente al imperialismo, las transnacionales petroleras y la globalización.
De allí que dudar de lo que el país verdaderamente gana con su presencia en la Opep se ha convertido en un sacrilegio, un pecado, una traición simplemente inconcebible en tiempos de revolución cuando se cree que el mundo gira en torno a Venezuela. Basta mirar un poco más dentro de la organización para darse cuenta que la esencia fundadora se ha desvanecido y que Venezuela ha perdido toda su capacidad para influir en las decisiones del grupo.
La actual Opep dejó de ser un poderoso cartel que fijaba unilateralmente los precios del petróleo. Hoy la organización es un actor más en el mercado petrolero, importante, pero que está sometido a las reglas de la oferta y la demanda. Podría decirse que su principal función consiste en equilibrar la oferta de petróleo mediante la reducción estacional de la producción porque, supuestamente, es el grupo que tiene mayor capacidad de producir petróleo en el mundo.
La Opep ha tomado esa obligación porque no tiene un plan alternativo. No se ha renovado en las últimas cuatro décadas. Sus socios no han materializado proyectos ni asociaciones importantes en materia energética. Sus numerosas delegaciones se reúnen dos o tres veces al año para decidir sobre su nivel de oferta y con ello mantener los precios del petróleo en beneficio de todos los productores mundiales.
Desde ese punto de vista a todos les conviene que la Opep exista. Sin embargo, en el grupo de 11 países hay quienes sacan mayor ventaja, como es el caso de Arabia Saudita, el mayor productor de petróleo del mundo, después de Rusia y Estados Unidos. Venezuela, que en la segunda mitad de los años noventa amenazó seriamente el predominio Saudita con un plan de negocios de aceptación internacional que pretendió elevar su producción petrolera, ha sido reducida a un simple comodín.
Venezuela es un gigante petrolero que recibió una sobredosis de pastillas para dormir. Su producción ha sido reducida en la justa medida que necesitaban los árabes para mantener su dominio. A cambio ha recibido la secretaría general de la organización, un cargo que en manos de Alí Rodríguez o de Álvaro Silva Calderón carece de toda posibilidad de poder. La secretaría es un complejo equipo de 100 personas que son dirigidas por un joven kuwaití. La presencia y el ‘poder’ de Venezuela se limita al espacio de una fría oficina en Viena.
En la reunión del 24 de septiembre pasado, la Opep acordó una reducción de la producción, especie de compensación para Venezuela que no puede llegar a su cuota de 2 millones 950 mil barriles diarios. Una ficción de ese tamaño solo se cree en este país, porque todas las naciones con reservas suficientes, Opep y No Opep, con la excepción del nuestro continúan adelante con sus planes de expansión. La certeza de que será muy difícil para Venezuela recuperar la posición perdida permite a los demás países avanzar. El comodín está haciendo su trabajo de factor de equilibrio, mientras Rusia, México, Arabia Saudita, Irán y Estados Unidos producen todo lo que pueden a excelentes precios. Venezuela disminuida abre suficiente espacio para la futura producción de Irak, país que seguramente seguirá siendo atacado por los actuales voceros petroleros de Venezuela para complacer a los sauditas, que en definitiva son quienes nombran al secretario general de la Opep.
Con Venezuela prácticamente anulada dentro de la Opep, el dominio absoluto queda en Arabia Saudita y sus dos países satélites que son Kuwait y los Emiratos Árabes. Una posición estratégica frente a sus propios socios como Venezuela, si se toma en cuenta que la demanda mundial de petróleo continuará creciendo en los próximos años y países como Irán, Irak, Rusia, México, Canadá y Brasil entran fieramente a pelear sus posiciones de mercado. La función de regulador de la oferta será cada vez más incómoda para la Opep, organización que hace 25 años producía el 80% del total del petróleo que se consumía en el mundo, pero hoy solamente es el 35%. Dadas sus limitaciones financieras y técnicas, el papel que seguirá jugando Venezuela será el de comodín: reducirá su producción mientras otros la aumentan.