Ministro Ricardo Molina: el fascista

Ricardo Molina
El «Ministro» Ricardo Molina nunca se pudo imaginar que sus palabras lo harían famoso. Su padre, el insigne Manuel Isidro Molina Gavidia, fue durante la mayor parte de su vida un incansable luchador contra lo que su hijo ahora representa: un regimen abominable al cual «no le interesa en lo absoluto lo que dicen las normas laborales». ¿Cómo, habiendo tenido un padre como ese, quien sufrió en carne propia la persecución por motivos políticos, puede el «Ministro» Molina haber expresado, con tal convicción además, las infelices declaraciones que lo han catapultado a la «fama»? Es una pregunta que nos hacemos en casa, desde hace unos dias, mi esposa y yo.

Desde que conocí a la familia Molina, a través de Fidelina Molina y su esposo Rómulo Hidalgo (amigos de mi padre), a los 14 años de edad, siempre me había llamado la atención el evidente divorcio entre sus dizque posiciones políticas, militantes de izquierda, y su forma de vida. No existía tal discrepancia en el caso de Manuel Isidro Molina Gavidia, quien vivía de forma frugal, casi asceta, con respecto al materialismo. Pero algunos de sus hijos, como Fidelina, y ciertamente sus nietos, me parecía a mi, como que no habían entendido el mensaje, en el sentido que una persona que asume el comunismo como ideología política, como ellos manifestaban haberlo hecho, no puede, mejor dicho, no debe, perseguir la acumulación de riqueza como último fin, cosa supuestamente característica del capitalismo.

Tendría yo eso, 14 o 15 años, cuando en una conversación les dije: «qué de pinga Ustedes hablando del comunismo y de Cuba como la gran panacea,  cómodos aqui, comiendo parrilla en ésta quinta en La Mara, con dos carros estacionados en el garage, negocio, etc. Por qué no se van a vivir a Cuba, a ver si allá pueden hacer lo que aqui?» Comunistas de urbanización.

Esa hipocresía siempre me molestó, pero entendía que la adopción de dicha postura política no era producto del estudio, del arribo a la misma por convicción propia, sino un reflejo de lo que, toda la vida, habían escuchado al «viejo Manuel» decir, quien era un motivo de orgullo familiar, un valuarte, un intelectual autodidacta, gran emprendedor, «una biblioteca andante», como decían algunos de sus nietos.

Los últimos años de vida de Manuel Isidro Molina Gavidia, transcurrieron de forma placentera, en una cabaña en las afueras de la ciudad de Mérida. Allí fuimos acogidos mi esposa (nieta de Manuel Isidro Molina Gavidia y por tanto sobrina del «Ministro») y yo muchos años más tarde, cuando decidimos montar un pequeño negocio en esa ciudad. En compañía del «viejo Manuel» pasamos muchas horas, agradabilísimas, en las cuales continuamente le preguntaba sobre uno u otro hecho o personaje de la política contemporánea de Venezuela. Pero sobre todo, lo increpaba sobre el comunismo. Para aquel entonces, 1997-1998, el fracaso del experimento del dictador Fidel Castro ya era harto conocido, para cualquier persona medianamente informada y objetiva. Y por ello en conversaciones, le pregunté cómo podía un regimen castrador de libertades, como la Cuba castrista, ser objeto de admiración y apoyo; «cómo puede alguien medianamente inteligente defender tal cosa?» le decía. Hasta que una vez me dijo, con la expresión de quien ha perdido algo querido, algo así como «si yo hubiera sabido en mis años mozos el precio, el costo humano del comunismo, nunca lo habría apoyado.»

Ahora vemos como uno de sus hijos, el «Ministro» Ricardo Molina, asevera con absoluta convicción y claridad, que las leyes no importan, en lo absoluto, si acaso a alguien se le ocurre expresar una postura política distinta a la del regimen del cual forma parte. Tanto su padre, y por consecuencia él mismo, vivieron muchas penurias, precisamente por adoptar una postura política contraria al estatus quo de la época. Como en el caso de Jorge Rodriguez, la víctima se convierte en victimario. Y ése es quizás el peor legado de Hugo Chavez: el haber exacerbado el odio, el haber hecho del odio una postura política, digna de vitoreo «así, así, así es que se gobierna!», el haber tornado el odio en el elemento central de su dizque revolución. De tal ralea, de tal lumpen intelectual, es imposible esperar otra cosa que no sea radicalización, violencia, violación de derechos humanos, civiles y políticos, por lo dicho: les «importa en lo absoluto». Son un salto atrás estos tipos, un retroceso a tiempos de Boves y su ejército de resentidos patasucia, y no con votos precisamente fueron vencidos la vez primera.

Lo bueno de todo esto, es que la revolución está siendo televisada en todo su dantesco esplendor. La escoria chavista es estrella, es foco de atención, magnificada por millones de mensajes de texto, de videos, en Twitter y Facebook, en los despachos de las agencias noticiosas mundiales, en internet, salvando barreras culturales y lingüísticas, y eso es lo bueno, que los 15 minutos de infamia del «Ministro» Ricardo Molina ya son parte de la historia contemporánea de Venezuela. El «Ministro», sin duda, carece de la capacidad intelectual para apreciar la gravedad de su fascismo. Pero otros si la tenemos, y nos aseguraremos de recordarla. Los hijos de muchos padres que hoy viven la penuria impuesta por el castro-chavismo recordarán sus palabras y sus hechos, de la misma forma que el «Ministro» recuerda lo sufrido por su padre a manos del dictador Marcos Perez Jimenez. Eso perdurará, él lo sabe, aun cuando no entienda la dimensión y consecuencias de su radical y degenerada postura.