Los venezolanos que desaparecieron en la selva colombiana

Barinas.-
La mayoría de los secuestrados por las FARC en Venezuela vivían en Barinas, el
estado natal del líder de la autodenominada revolución bolivariana Hugo
Chávez.

En
esa provincia de los llanos occidentales las desapariciones de jóvenes sin
aparente motivo se incrementaron en 2009. En aquel año se supo del rapto de dos
infantes. El del pequeño Ben Jing Shoung Cano, de tres años de edad, hijo del
conocido comerciante de origen chino Leo Shoung –rescatado sano y salvo luego de
permanecer varios días en poder de un grupo de bandoleros colombianos y
venezolanos– fue quizá el más relevante porque provocó una protesta de 24 horas,
que incluyó el cierre de comercios regentados por chinos y árabes, que suelen
darle la espalda a esta clase de manifestaciones cuando son convocadas por
partidos políticos.

Fue
un hito en la historia reciente de la región. Docenas de personas se apostaron
con pancartas en la conocida redoma de Cada, el viejo supermercado ya
desaparecido, para exigir la liberación de los menores. De pronto la comunidad
caía en cuenta de lo que venía pasando. Muchos jóvenes desaparecían y nunca más
se volvía a saber de ellos. Semana tras semana se conocía de uno y otro caso.
Llegaban noticias de jóvenes muertos. El mismo
patrón.

Oscar Pineda, quien dirige la ONG Comité Paz y Vida por los Derechos Humanos.

La
noticia, de tan recurrente, dejó de tener impacto para algunos, pero no para
Oscar Pineda, un jubilado que entonces tenía 60 años de edad. Con el paso de los
meses Pineda se pondría al frente de una ONG llamada Comité Paz y Vida por los
Derechos Humanos. Olía algo en el ambiente. Algunos llegarían a tildarlo de loco
cuando lo veían con su maletín color marrón lleno de recortes de periódicos y la
lista de cada desaparición reseñada en los medios de comunicación de la
región.

Pineda
encontró que las varias desapariciones no solo podían atribuirse a la acción de
los mafiosos sindicatos de la construcción, o a individuos que actuaban al
margen de la ley aprovechando sus vínculos con el gobierno local. Muchos de esos
desaparecidos terminaban en las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (Farc), que entonces encontraban en el aliviadero de Venezuela la
tranquilidad que no tenían en su país. Con la ayuda de Estados Unidos el
gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) inició una guerra sin
cuartel contra la guerrilla que diezmó sus efectivos y redujo su área de
influencia.

Pineda,
siempre con su maletín marrón, incluso quiso plantearle en 2015 el caso de los
desaparecidos en Barinas a la exsenadora colombiana Piedad Córdova. El 23 de
marzo de ese año la líder Movimiento Poder Ciudadano Siglo XXI, la del eterno
turbante, conocida por su estrecha amistad con Hugo Chávez, estaba en el mismo
avión que esa tarde abordaría Pineda.

Allí
estaba ella rodeada de miradas camino a su asiento. Pineda la reconoció al
instante. Tratar de acercarse a Piedad Córdova parecía fácil hasta que se
atravesaron unos escoltas. “Usted qué desea”, le preguntaron. “Yo quiero hablar
con la Senadora de los casos de secuestros en Barinas”. Al escucharlo Córdova le
dijo: “en Caracas hablamos”. Nunca lo
recibió.

Una foto. ¡La foto!

Quizás
Pineda le habría mostrado la foto que circuló en el diario De Frente (de
tendencia pro gobierno y hoy fuera de circulación), en Barinas. Quiso el destino
que una información sobre las FARC fuese ilustrada con una imagen del archivo de
agencia AFP, y que la jefa de redacción de aquel entonces escogiera la
fotografía. Allí estaba el hijo perdido de una humilde
mujer.

“Vimos la foto que estaba en el periódico y aparecía mi hijo con traje militar.»

Wilfredo
Valero Díaz fue raptado el 06 de abril de 2009 a sus 19 años. Fue un día lunes,
a las 12:36 pm, cuando el joven se encontraba en una peluquería cercana a su
hogar. Cuatro sujetos armados descendieron de una camioneta para llevárselo a la
fuerza. Nadie pudo hacer nada.

“Vimos
la foto que estaba en el periódico y aparecía mi hijo con traje militar. Me
dirigí al Comando de la Policía y hablé con el comandante Cacioppo, con el
gobernador Adán Chávez, con el alcalde Abundio Sánchez, le entregué una carta al
presidente Chávez en sus manos y hasta la fecha nunca tuve respuesta de mi
hijo”, recuerda Zaida.

Esta
mujer recibió la llamada de un desconocido manifestándole que no perdiera las
esperanzas de ver a su hijo. Recuerda que llegó a pagar por el rescate unos 40
millones de bolívares (Bs. 40.000 después del cambio del cono
monetario).

Aunque
han pasado siete años la tristeza sigue igual. El relato de su drama es
conmovedor. A pocos meses de la desaparición de su hijo, la depresión la atacó
hasta el punto de perder por completo su cabello, soportar la descamación de la
piel y no poder dormir. “Fueron dos años sin poder trabajar, mientras no lo vea
muerto está vivo para mí”.

El
ansiado acuerdo de paz entre el gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC
también es un alivio en muchas familias venezolanas. “Le hago un llamado al
presidente Santos para que por favor haya paz, para que nos entreguen a nuestros
familiares. En ese año 2009 no sólo fue mi hijo. Muchas otras madres también
vivieron el dolor de su desaparición. Y al presidente Maduro que también nos
ayude, aquí hubo muchos desaparecidos y de ninguno tenemos
respuesta”.

Al
día siguiente de aquella famosa foto, varios programas de radio hicieron mención
de esta novedad, de esta noticia que removió las entrañas de una ciudad. Oscar
Pineda se acercó a la emisora de mayor alcance para aquel momento en el Estado,
Radio Sensacional 94.7 FM (la Comisión Nacional de Telecomunicaciones la
suspendería en agosto de 2014) y ofreció detalles de lo que estaba ocurriendo en
Barinas.

Pero
no sólo fue Wilfredo Valero. Muchos casos comenzaron a ser reportados, la lista
crecía todas las semanas y también las sospechas de que algunos desaparecidos
podían estar en poder de la guerrilla colombiana.

Unos
zapatos como prueba de vida Alfonso Alejandro Briceño Piña fue secuestrado el 29
de enero de 2010. Tenía entonces 20 años y estudiaba tercer semestre de
Administración Tributaria. Es el hijo mayor de Rosa Gisela Piña. A ella le ha
tocado sobrellevar la viudez en ausencia de Alfonso, su columna de
apoyo.

“Nos
dijeron que buscáramos nosotros, que llamáramos a los del taller para que
declararan, pero no hemos sabido nada”, recordó. A Alfonso se lo llevaron de un
taller de latonería y pintura muy cercano al Aeropuerto de Barinas. Estando en
el lugar cuatro hombres lo amenazaron con pistola delante del dueño del local.
Esa tarde coincidió en el negocio con un funcionario del Cuerpo de
Investigaciones Civiles, Penales y Criminalísticas (CICPC) a quien le reparaban
el carro.

Alfonso,
muy dado a hacer alardes de su pequeña “chimonera”, predio donde se prepara el
chimo, producto a base de tabaco, de consumo muy común en los estados andinos y
llaneros) no parecía ser una víctima propicia para que lo raptaran. “Quizá
pensaron que teníamos plata”, especula Rosa.

Le describían cómo estaba vestida, le dejaron los zapatos de Alfonzo en la entrada de la vivienda.

Después
de tres días comenzaron a recibir llamadas a diario. Le describían cómo estaba
vestida, le dejaron los zapatos de Alfonzo en la entrada de la vivienda. Tenían
claves de una tarjeta de débito y conocían el día de la graduación de bachiller
de su hijo.

Esa
Semana Santa entregó 300 mil bolívares, pero “Alfonsito” no apareció. “Me
dijeron que me fuera, que diera no sé cuántas vueltas, vía Barrancas, cerca de
río La Yuca. Y que lanzara el dinero en el puente por donde pasa la carretera a
San José Obrero”.

Siete
meses después recibió una llamada a las 10:00 pm. “¡Madre, madre!”, exclamó una
voz al otro lado de la bocina. Solo Alfonso solía llamarla así. El número
comenzaba con el código de área del estado Delta Amacuro, provincia más oriental
de Venezuela). Luego Rosa se enteró que el teléfono pertenecía a una reclusa y
que había pasado por varias manos antes de que escuchara la voz de su
hijo.

Vendido a las FARC

El
9 de junio de 2009 ocurrió el rapto de Luis José Barrios Silva, de 19 años. El
caso fue denunciado por su madre Livia Silva ante la Ong, Comité Paz y Vida por
los Derechos Humanos. El hecho ocurrió en una conocida avenida del Municipio
Barinas, como en el caso de Wilfredo, frente al Aeropuerto de la ciudad. Ese día
se encontraba con su amigo Adrián Arturo Moreno Rodríguez, de la misma
edad.

Al
parecer habrían sido detenidos por unos motorizados de la Guardia Nacional,
quienes le pidieron sus identificaciones. Luego, siempre según el relato de
Livia, los funcionarios llamaron por teléfono. Al cabo de un rato aparecieron
dos grandes camionetas. Se bajaron alrededor de seis personas vestidas de civil
y hablaron con los jóvenes. A Adrián lo montaron en uno de los vehículos y a
Luis lo trasladaron en una moto de parrillero. El único testigo que se
encontraba de faenas esa tarde observó cuando se los llevaban. “No sabemos si
realmente eran funcionarios o no”.

Esto
aconteció un día martes. “El viernes”, cuenta Livia, “me llamaron a las 5:00 pm.
Era un hombre con acento colombiano y me dijo que si quería saber de mi hijo
teníamos que entrevistarnos. Que habían sido llevados por un teniente y cuatro
funcionarios más. Se encontraba en una finca en San Silvestre, debía pagar”
explica esta mujer, rememorando aquel día en que todo cambió para
ella.

Nunca
más pudo comunicarse con aquel hombre y perdió la única pista. Una persona de su
confianza se acercó hasta Arauca, estado Apure (fronterizo con Colombia), y le
informaron que el joven había sido vendido a un grupo
irregular.

Rueda de prensa donde Oscar Pineda y otros miembros de la ONG presentaron denuncias ante la AN el 15 jun 2011

A
los días recibió otra llamada con código del estado Táchira y le informaron que
su hijo iba a ser vendido a las FARC porque no había
pagado.

Livia
habla de sus visiones, como mujer cristiana ha pedido revelaciones, algún
indicio. “Observé a un helicóptero cuando lanzaba a esos muchachos en alguna
parte montañosa donde había un camión cava, allí los
metían”.

Luego
de la publicación de la fotografía de Wilfredo Valero trataron de comunicarse
con “Voces del Secuestro”, el muy sintonizado programa de Herbin Hoyos que
escuchan los cautivos en la selva colombiana. “Le mande mensajes a mi hijo, a la
FARC y al Noticiero de Colombia, a los meses de ocurrido los hechos”. Hasta el
día de hoy ni la policía judicial venezolana ni en el Grupo Antiextorsión y
Secuestro (GAES) le han dado alguna noticia sobre su
paradero.

El brazalete

Miletza
Sosa, hermana de Rodolfo Antonio Meléndez Sosa, desapareció cuando tenía 32
años, un 20 de septiembre de 2008. Es ella quien ha asumido la búsqueda desde el
principio. Sus mensajes en la red social Facebook siempre son un recordatorio de
los años que transcurren, de los cumpleaños y las ausencias de
Rodolfo.

El
día de su secuestro se dirigían a una finca de su propiedad cuando fueron
interceptados por unos funcionarios, presuntamente del Cicpc (policía de
investigación criminal), ubicados en una alcabala móvil. En el vehículo se
encontraban Rodolfo, un tío, la esposa, la novia de su hermano y cuatro (4)
niñas. Las mujeres fueron liberadas a las 11 p.m. y el tío dos días después. A
todos los llevaron a una casa. Uno de los sujetos portaba un brazalete en uno de
sus brazos con las siglas del Frente 10, donde figuraba un fusil con una bandera
cruzada.

«Solicité
una fe de vida y nunca me la dieron”

A
los hombres los mantuvieron dos días en una finca en San Silvestre, municipio
Barinas. Luego los sacaron del país a través del estado Apure. Sólo Rodolfo
permanece en poder de ese grupo. Pero cuando estaban en San Silvestre el tío
pudo registrar el sitio donde se encontraban aprovechando un descuido para
correrse la venda. Muchas botas largas negras, una vivienda bonita, con mucha
logística. Un joven que se encontraba en el lugar les dijo que se portaran bien,
que no les pasaría nada, que él también era cautivo. A todos les tomaron
fotos.

“Al
mes un hombre al que llamaban “comandante” se puso al teléfono para pedirle 500
millones de bolívares. Solicité una fe de vida y nunca me la dieron”, explica
Miletza. 

De izquierda de derecha: Miletza Sosa, Livia Silva y Rosa Piña

Son
tantos y tantos casos. Andrés Eloy Blanco Fernández, de 26 años, secuestrado un
1 de diciembre de 2009, en la población de La Luz, Municipio Obispos. El rescate
fue pagado, pero nunca ha llegado al hogar. Sus padres han hecho esfuerzos
infructuosos.

Según
una leyenda urbana extendida en la zona por esos años, habría sido lanzado al
caimán Pepito, una mascota de uno de los poderosos sindicatos de la construcción
en aquel tiempo. Un testigo protegido ofreció unas declaraciones en su momento,
para luego retractarse al ser amenazado y chantajeado y más nunca habló de lo
ocurrido. Al ser entrevistado por primera vez llegó a decir –recorte de
periódico en mano– que el joven habría sido asesinado. Pero nunca ha habido
indicios.

Pero
hay secuestros que se extienden en el tiempo, como el de Pedro Antonio Zambrano,
ocurrido el 9 de septiembre de 2006 a sus 42 años, productor, oriundo de la
población del Municipio Pedraza. Como fe de vida enviaron un dedo a la madre y
luego un video donde mostraba la extremidad faltante.

Nelson
Alí Sánchez, desaparecido un 25 de diciembre de 2009, tenía 38 años. Se dedicaba
a la venta de pescado. Seis hombres encapuchados, con armas cortas ingresaron a
su vivienda y se lo llevaron sin decir una sola palabra. Gritaba que no se lo
llevaran, que no había hecho nada. Los hombres llegaron en una camioneta de
cuatro puertas, doble cabina y pequeño carro.

Su
padre, Jacinto González se acercaría ese día a conversar con los vecinos y
determinar si había algo extraño. “Tanto ellos como yo estaban sorprendidos.
¿Por qué le pasó eso si él era un hombre tranquilo, que llegaba del río con los
pescados?”.

Nunca
llamaron a Jacinto. Las autoridades, mutis total. “La esperanza de uno es esa,
que los cuerpos de seguridad traigan a mi hijo vivo o muerto, así sea los
huesos, esa es la esperanza que yo tengo”.

Hace
un par de años, Oscar Pineda aseguró –en una entrevista concedida a la prensa–
que los guerrilleros colombianos tendrían por lo menos a cinco rehenes que
residían en Barinas cuando fueron secuestrados. Hoy lo reitera y pide apuntar el
caso de una joven enfermera oriunda de Táchira con varios años en poder de la
guerrilla. “Sólo recuerdo que se llama María y ha sido reseñado por los medios
tachirenses”. Mientras tanto, siguen transcurriendo los días y el acuerdo de
paz, con sus tropiezos, es el tema del momento en Colombia. Pero nadie les da
respuestas a esas familias.

Tomado de Los venezolanos que desaparecieron en la selva colombiana

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