Tal vez el antecedente anterior sean los allanamientos del general Acosta Carles a los galpones de Polar y Coca-Cola en diciembre de 2002, en Valencia. De ahí para acá, se supo que todo podría ocurrir. Por eso el allanamiento ayer a la finca Carababo de Gustavo Cisneros, marca un hito en las relaciones de poder en Venezuela.
Ya no se trata sólo del grito, el señalamiento o el insulto del Presidente y otros voceros del oficialismo contra el magnate venezolano. Irrumpir en la finca, en una propiedad símbolo para Cisneros, representa el intento del gobierno de Chávez por derrumbar símbolos. Un símbolo claro del poder, como lo es Cisneros. No es casual el allanamiento, ni casual lo que cuentan algunos, que la operación de los paras realmente se iba a montar desde terrenos de la hacienda Carabobo para implicar directamente a Cisneros. De todas maneras lo implicaron. De todas maneras dijeron que las dos haciendas estaban cerca. Y de todas maneras la allanaron. Un allanamiento inimaginable en otros tiempos. Un allanamiento de una propiedad de uno de los intocables en Venezuela.
Pero es que el régimen entiende que Cisneros constituye un objetivo a destruir. Y es que Cisneros es el hombre de las conexiones internacionales, de las relaciones en América Latina, de las vinculaciones con el poder económico y político, tanto en la región como en Estados Unidos y Europa.
Además, el allanamiento a Cisneros es más que una evidencia de por dónde andan los universos del poder en Venezuela. Un Estado, un Gobierno, un líder y un movimiento que toman el poder para no compartirlo, como se comparte en toda democracia que se precie de serlo, en función de la estabilidad, la paz y las reglas de juego de la convivencia. El poder es de uno solo porque está secuestrado. Y es claro que no desea soltarlo.
El allanamiento demostró hasta qué punto en estos momentos se puede tener dinero, se pueden poseer empresas, y a la vez no disfrutar del poder. Este es el drama de toda la clase empresarial venezolana, banqueros e industriales, comerciantes y editores. Se puede estar sentado sobre columnas de dinero, pero no se disfruta el poder, y no son ni siquiera reconocidos por el poder. Más bien se sufre el poder. Se es perseguido por el poder.
En esa persecución, en ese allanamiento, el Gobierno y Chávez confirman que un símbolo a vencer, a derrotar y a aplastar, es Cisneros, porque entienden que de caer Cisneros, de derrumbarse Cisneros, mucho del poder anterior, caerá con él, se desmoralizará, se perderá. Para Chávez es un claro objetivo. Y no cesará. Por eso ya se ha atrevido a tanto. Chávez desea, anhela, que algún día, el nombre de Gustavo Cisneros no signifique nada, no mueva nada, no estorbe para nada. Lo tiene entre ceja y ceja.