En presencia de personas notables, que compartían con la audiencia del Foro de la Libertad de Oslo testimonios desgarradores de supervivencia, la resiliencia de la dignidad humana y la fuerza de carácter en condiciones más allá de la esperanza, estaba pensando: “¿Qué podría decir? ¿Qué pensamiento coherente se podría agregar, después de haber escuchado una serie de charlas que dejaron a todos prácticamente boquiabiertos?”.
La respuesta provino de algunos de los oradores. El ex vicepresidente de Bolivia, Víctor Hugo Cárdenas, habló sobre las diferentes naciones o grupos indígenas que forman la sociedad boliviana. Cárdenas pertenece a la nación aymara, al igual que Evo Morales, pero como él aclararía, a diferencia del presidente Morales, que es una especie de marca en opinión de Cárdenas, sí habla la lengua indígena de sus antepasados. Una turba partidaria de Morales atacó recientemente a Cárdenas y su familia por razones políticas: como él diría, ni siquiera en los peores períodos de las dictaduras pasadas de Bolivia, contra las cuales hizo su carrera política, su esposa e hijos sufrieron violencia por parte de los enemigos. El odio racial, cuya exacerbación proviene del más alto cargo de Bolivia, está desgarrando la sociedad de ese país. Pero Cárdenas se mantiene esperanzado, ante la adversidad, y destacó la capacidad de las diferentes naciones o grupos indígenas para vivir en paz y armonía.
El ex presidente de Lituania, Vytautas Landsbergis, amplió la necesidad de hacer que el concepto de derechos humanos sea entendido y comprensible para todos y, lo que es más importante, hacer que todas las naciones civilizadas sean responsables de las violaciones de los mismos. La definición de trabajo parece adaptarse a la conveniencia política y la rendición de cuentas parece ser inversamente proporcional al poder económico y militar de las naciones hoy en día.
Vladimir Bukovsky dijo que se debe exigir a los violadores de los derechos humanos que tengan, al menos, el coraje de perpetrar sus crímenes atroces frente al mundo, porque eso, el acto de enfrentar la crítica internacional, es más exigente que los crímenes reales.
Otros destacaron la pura hipocresía de la mayoría de los gobiernos cuando se les pidió que conciliaran las relaciones comerciales con regímenes que aplastan sistemáticamente los derechos humanos. Cuando se trata de negocios, parece que la mayoría está ansiosa y preparada para lidiar con matones siempre que se puedan obtener ganancias.
Benedict Anderson escribió un libro llamado “Comunidades imaginadas”. En él argumenta que uno de los principios fundamentales para la construcción de la nación es el idioma. Érase una vez que el latín era el idioma elegido por las élites educadas en Europa, y sin importar el país de origen, la gente se comunicaba en él. La imprenta supuso un cambio significativo, pues comenzaron a imprimirse libros en lenguas vernáculas, reafirmando las identidades nacionales y contribuyendo a la masificación o democratización del conocimiento.
Después de escuchar algunos de los discursos, no pude evitar notar que nuestra reunión era, de hecho, la personificación de las «Comunidades imaginadas» de Anderson, léase un grupo de personas que compartían creencias fundamentales, principios y un idioma, en suma, una nación naciente. Tengo más en común con Leyla Zana que con Cilia Flores*. Asimismo, estoy más inspirado por Armando Valladares que por el dictador que lo encarceló durante 22 años por negarse a seguir la línea comunista. Palden Gyatso sufrió prisión y torturas durante 33 años por negarse a renunciar a sus creencias religiosas, mientras que la familia de Elie Wiesel no tuvo tanta suerte, si así se le puede llamar. Vladimir Bukovsky dice que un encuentro entre torturador y víctima no es más que un choque de voluntades, quien llega arriba ha roto la mente del otro. Armados con nada más que convicción, estas personas han vencido, lo que demuestra que el pensamiento colectivo impuesto o los pensadores grupales nunca vencerán a un espíritu comprometido con sus propias convicciones.
Sentí que cada uno de nosotros allí en Oslo ha sido víctima, en diferentes grados, del mismo tipo de individuo: el que teme nuestra capacidad inherente para discernir, razonar, elegir y expresar una opinión. Porque no es la violencia lo que temen, sino la expresión de un lenguaje, es decir, de las palabras, lo que hace dar vueltas a los enemigos de la libertad. Un lenguaje compartido nos hace miembros de una comunidad imaginada, la de los defensores de la libertad.
Pero queda mucho por hacer, para que nuestra nación se fortalezca. Como dijo Jack Healey, solo una pequeña fracción de la población mundial conoce la existencia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y los tratados posteriores. Por lo tanto, la tarea de la educación debe comenzar en serio, ya que una sociedad donde no hay transferencia de conocimientos está destinada a repetir los errores del pasado.
*Jefe de la Asamblea Nacional de Venezuela