Honduras 2025: La democracia secuestrada por el crimen organizado

A pocos días de las elecciones generales de Honduras 2025, el país centroamericano enfrenta uno de los procesos electorales más comprometidos de su historia reciente. La crisis no se limita a denuncias de fraude o irregularidades técnicas; es un problema estructural: la democracia hondureña ha sido cooptada por redes del crimen organizado, el narcotráfico y élites políticas que se reciclan para preservar el mismo sistema imperante.

Este cuadro plantea una pregunta inquietante:
¿Puede Honduras celebrar elecciones libres cuando los actores que compiten están comprometidos —en grados distintos— con los mismos círculos de poder que han capturado al Estado durante décadas?

Los tres candidatos que representan el mismo sistema

Aunque en apariencia existe pluralidad, el tablero político hondureño está configurado por tres actores que orbitan alrededor del mismo núcleo de poder.

Rixi Moncada (Libre): la continuidad del socialismo del siglo XXI

Candidata oficialista, protegida de Xiomara Castro y Manuel Zelaya, Moncada encarna el proyecto del socialismo del siglo XXI, que ha gobernado con un modelo híbrido: discurso revolucionario, pero alianzas con grupos cuyos tentáculos alcanzan estructuras financieras vinculadas al crimen organizado.
Su llegada al poder afirmaría la permanencia del clan Castro-Zelaya, consolidando un ecosistema de dependencia institucional y partidista.

Nasry “Papi a la Orden” Asfura (Partido Nacional): las sombras del pasado

Asfura representa al Partido Nacional, cuya élite fue profundamente marcada por la era Juan Orlando Hernández (JOH), hoy condenado por narcotráfico en Estados Unidos.
Aunque Asfura intenta mostrar distancia, los vínculos del partido con redes de lavado, financiamiento ilegal y acuerdos con carteles siguen siendo un lastre que el sistema nunca depuró.

Salvador Nasralla (Partido Liberal): del antisistema al engranaje del modelo corrupto

El caso más emblemático es el de Salvador Nasralla, quien empezó como figura anticorrupción y terminó integrado al sistema que solía denunciar.
Sus alianzas con Libre, pactos legislativos y su cercanía con Mel Zelaya lo transformaron en un elemento funcional del proyecto del socialismo del siglo XXI.

Lo que prometió derribar ahora lo sostiene.
Nasralla pasó de ser alternativa a convertirse en un puente que legitima el reciclaje de la vieja clase política.

Un CNE debilitado y penetrado: la fábrica del fraude técnico

Las acusaciones de fraude no son teorías conspirativas:

El Consejo Nacional Electoral carece de independencia.

Los partidos se reparten cargos clave.

Las auditorías externas son parciales o tardías.

Hay denuncias de manipulación en actas, centros de transmisión y conteo paralelo.

El fraude en Honduras no ocurre solo en la noche electoral; se cocina meses antes.

La vulnerabilidad institucional abre las puertas a que el crimen organizado inserte operadores en logística electoral, transporte de urnas, centros de votación y hasta en áreas estratégicas del registro poblacional.

El “narcoestado silencioso”: Honduras como hud del crimen organizado

La debilidad de la democracia no es un accidente: es el resultado de años de captura del Estado por redes criminales.

Honduras se ha convertido en un punto neurálgico (HUD) del crimen organizado en Centroamérica por cuatro razones:

Geografía estratégica: corredor natural para cocaína y fentanilo.

Instituciones débiles: fiscales, jueces y policías penetrados.

Partidos cooptados: financiamiento de campañas con dinero del narco.

Impunidad estructural: el Estado no castiga, premia o absorbe a los operadores criminales.

El caso Juan Orlando Hernández (JOH) —expresidente extraditado por narcotráfico— demostró que en Honduras la frontera entre político y capo es difusa.

Hoy, esas redes no han desaparecido. Se han reorganizado. Y buscan garantizar que cualquiera de los tres candidatos mantenga sus intereses a salvo.

La democracia como fachada: elecciones sin alternancia real

La vulnerabilidad de la democracia hondureña se manifiesta en tres planos:

1. El voto no define el poder real

Aunque la población vota, son las redes criminales y los pactos entre élites quienes determinan la gobernabilidad.

2. El sistema se recicla

Independientemente de quién gane —Moncada, Asfura o Nasralla—
el sistema imperante sobrevive.

3. El crimen organizado actúa como árbitro invisible

Controla financiamientos, territorios, actores locales, comunicaciones y hasta operaciones electorales.

Un sistema que se niega a morir

El socialismo del siglo XXI en Honduras ha demostrado una capacidad extraordinaria para adaptarse, reorganizarse y cooptar a figuras que inicialmente se presentaban como la renovación.

La integración de Salvador Nasralla al entramado de poder confirma que:
el sistema no absorbe opositores: los neutraliza convirtiéndolos en aliados.

Así, la ilusión de competencia electoral oculta una realidad más cruda:
Honduras vive una democracia capturada, vulnerada y funcional a intereses criminales.

Lo que está en juego el 30 de noviembre

Honduras no solo elige presidente. Define si permite que el crimen organizado siga moldeando el Estado o si logra recuperar espacios de institucionalidad.

Las elecciones de 2025 no representan una lucha entre izquierda y derecha, sino entre:

Un sistema político corroído por el crimen organizado vs. La esperanza —aún frágil— de reconstruir la democracia.

Sin reformas profundas, sin depuración judicial y sin ruptura real con las élites criminales, Honduras seguirá atrapada en un ciclo donde la democracia existe… pero no gobierna.

Tomado de Honduras 2025: La democracia secuestrada por el crimen organizado