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Si esto fuera una película de Scorsese, arrancaría con cumbia psicodélica y un travelling de Pablo Escobar caminando por el pasillo de un avión de dos plantas —un descomunal Boeing 747 de Avianca— que cubre la ruta Bogotá-San Juan-Madrid. Escobar —que viste playeras de tenis, vaqueros y camisa de seda con estampados— se contornea por la zona business del jumbo, con barra de bar y mesas para el esparcimiento. Es 25 de octubre de 1982. Una voz en off informa de que una delegación de políticos colombianos (Pablo Escobar es senador) se dirige a Madrid a vivir la noche electoral del 28 de octubre. Todo apunta a victoria histórica del joven candidato progresista Felipe González. Se avecina tremendo fiestón en la noche madrileña. Fundido a negro.

Menos lo de Scorcese, la voz en off y la cumbia psicodélica, el resto de detalles del párrafo anterior son reales; las características del avión, el outfit de Escobar, el motivo del viaje a Madrid… todo cierto. Lo sabemos gracias a un testigo directo, el periodista colombiano Gonzalo Guillén, que iba en ese vuelo y que, 40 años después del aterrizaje de Escobar en Madrid y del triunfo electoral del PSOE, cuenta (vía telefónica) qué pasó ese día, reseñó Carlos Prieto en El Confidencial.

PREGUNTA. Usted viajó a Madrid en el 82 a cubrir el fin de la campaña electoral. ¿Cuándo se encontró a Pablo Escobar?

RESPUESTA. En el avión. Estaba casi todo el mundo dormido. Subí al segundo piso, donde había un bar, y me puse a hablar con la única persona que había ahí: Pablo Escobar.

P. ¿Hablaron mucho?

R. Durante horas, pero de generalidades: a qué íbamos a Madrid, qué hacíamos en Colombia… En ese momento, yo no sabía exactamente quién era. Ya le estaban investigando por narcotráfico, pero aún no había salido a la luz.

P. ¿Qué impresión le dio?

R. [Se lo piensa un rato]. Tenía un hablar guasón antioqueño. Escobar siempre fue un rufián. Tenía cara de rufián y se movía como un rufián.

P. ¿Algún detalle más que le llamara la atención?

R. Llevaba un reloj con dos esferas, con el tiempo de Colombia y con el de España, y pequeños diamantes en cada hora de los relojes.

P. ¿Se lo volvió a encontrar?

R. En la noche electoral, en el hotel Palace, donde el PSOE había convocado a periodistas y seguidores.

P. ¿Tuvo oportunidad de hablar con Felipe González esa noche?

R. Sí, de hecho, me lo presentó Pablo Escobar.

P. Siga…

R. Escobar me dijo: “Vente conmigo”. Me metió por una puerta, atravesó una marejada de gente que quería saludar al nuevo presidente y se acercó a Felipe. Le dijo: “Doctor, le presento a un periodista colombiano”. Creo que Felipe no tenía ni idea de quién era Pablo Escobar y me atendió por cortesía.

Noche de fiesta

Escobar se tomó el viaje a Madrid como una ocasión especial. “Mi padre se veía contento y, con mi madre, preparó la maleta [a Madrid] con la misma ropa de siempre, pero incluyó algo distinto: unos zapatos que le trajeron de Nueva York que tenían un tacón oculto y lo hacían parecer un poco más alto”, contó Juan Pablo Escobar en el libro Pablo Escobar, mi padre.

El tacón alto iba a resultar muy útil para no perder detalle de una noche madrileña eufórica y de multitudes…

“A las 2:35 de la madrugada de ayer Felipe González saludó a todo el país, a través de las cámaras de RTVE, como el próximo presidente del Gobierno. Los millares de personas que se agolpaban frente al hotel Palace, ante al Congreso de los Diputados, descorcharon su alegría y ya no pararían de gritar y aplaudir hasta más allá de las cinco de la mañana”, narró El País sobre la noche electoral.

En la única foto conocida del viaje madrileño de Pablo Escobar, el capo del cártel de Medellín está sentado a una mesa del Palace, cuartel general del PSOE en la noche electoral, junto a varios políticos colombianos… y uno de los hermanos Dominguín, toreros icónicos de los cincuenta (aunque algunas fuentes hablan de Luis Miguel Dominguín, padre de Miguel Bosé, el comensal podría ser su hermano Pepe). En cualquier caso, no fue casualidad que un Dominguín compartiera mesa con Pablo Escobar (luego explicaremos por qué).

“Alguno de los asistentes recuerda que Pablo actuaba como un hombre silencioso… Ante la petición de cocaína que le hizo un conocido periodista colombiano, Pablo dijo: Yo soy un hombre sano, yo no meto de eso”, cuenta Alonso Salazar en su biografía de Escobar: La parábola de Pablo.

Escobar, en el Palace, durante la noche electoral.

Aparentemente, nadie en la noche electoral madrileña reparó en la verdadera identidad de Escobar, pero la policía española quizá le buscaba sin saberlo…

En efecto, tras aterrizar en Barajas, la policía interrogó a la tripulación del vuelo de Avianca en el que viajó Escobar, según contó a Guillén uno de los tripulantes. Había llegado un fantasmagórico soplo de que en el vuelo viajaba un narco colombiano. Las pesquisas no se quedaron ahí. Pasada la noche electoral, la policía retuvo e interrogó en su hotel madrileño a otro de los políticos colombianos, Raimundo Emiliani, que nada tenía que ver con el narcotráfico.

¿Por qué había tanta confusión? ¿Buscaban a Escobar o a otro? ¿Qué se sabía y qué no se sabía sobre Escobar en octubre de 1982?

El Puma

En 1976, Escobar pasó por la cárcel tras ser acusado de tráfico de cocaína. Pero, tras una serie de turbias maniobras, consiguió enterrar su expediente y que (casi) todo el mundo se olvidara de aquello.

Ascendido a capo del Cártel de Medellín (el nombramiento se escenificó en una fiesta en el sur de la ciudad en la que tocó, ejem, José Luis Rodríguez El Puma), y con el negocio de la nieve que quema bombeando sin freno, Escobar dio el salto a la política. Tres meses antes de su excursión madrileña, fue elegido senador suplente para la Cámara de Representantes colombiana. Se alternó en el cargo con el político Jairo Ortega Ramírez.

La carrera política de Escobar estuvo a punto de descarrilar antes de empezar: Jairo Ortega y Pablo Escobar se postularon como candidatos del Nuevo Liberalismo, pero el líder del partido, Luis Carlos Galán, que vendía lucha anticorrupción, les expulsó por sus conexiones con el narco. Jairo y Pablo saltaron entonces al movimiento Alternativa Liberal, del senador Alberto Santofimio. Ortega, Escobar y Santofimio viajarían luego juntos a la noche electoral madrileña (en agosto de 1989, Luis Carlos Galán, el político que expulsó a Escobar de su partido, fue asesinado por sicarios del Cártel de Medellín durante un acto electoral. Santofimio fue condenado como autor intelectual del crimen).

Pero volvamos brevemente al vuelo a Madrid. Aunque el periodista Guillén habló con Escobar sin tener claro quién era, al que sí conocía era a Santofimio, al que vio dormido en su asiento. Se habían visto antes en 1976, cuando Santofimio, entonces presidente de la Cámara de Representantes, visitó la redacción del diario El Tiempo. En una de esas carambolas increíbles típicas de esta historia, Santofimio apareció en El Tiempo junto a un emergente político español llamado… Felipe González, de gira latinoamericana para, muerto Franco, presentarse como posible próximo presidente español.

Gran parte de los contactos políticos colombianos de Felipe se hicieron a través del empresario vasco Enrique Sarasola Lerchundi, que llevaba años afincado y haciendo negocios en Colombia (su mujer, María Cecilia Marulanda, era de la oligarquía empresarial local). Sarasola y Felipe fueron uña y carne empresarial en los ochenta.

“Sarasola fue la persona clave para que Escobar y sus políticos afines viajaran a Madrid en el 82”, cuenta un conocedor de la invitación.

Un hombre del pueblo

“Ya tenemos el poder económico, ahora vamos a por el poder político”, contó Escobar a quienes le desaconsejaron que saltara a la política.

1982 fue un raro año de transición en el que lo viejo no acababa de morir (el narco como emprendedor social) y lo nuevo no acaba de nacer (la guerra total entre el narcotráfico y el Estado colombiano).

Más allá del salto a la política como blanqueador del bisnes, Escobar tenía inquietudes sociales, voluntad de poder y ensoñaciones sobre su capacidad para compaginar un doble rol casi imposible: rey de la droga y estadista del tercer país más grande de Latinoamérica.

Durante su campaña para convertirse en senador, Escobar inauguró 100 canchas de fútbol con focos. El periódico Medellín Cívico, de Hernando Gaviria (tío de Escobar), tituló: “En los barrios populares, la noche se hizo día’”.

El carisma del Escobar político era evidente; sus contradicciones, flagrantes: “Aunque Pablo se metía a diario sus toques de marihuana, aprovechaba sus discursos para predicar contra la drogadicción. La droga es lo peor, repetía insistentemente, y sus amigos son testigos de que detestaba a los chirretes, a los embalados con el vicio”, escribe Alonso Salazar, antiguo alcalde de Medellín. Para Salazar, no obstante, no se trataba solo del cinismo de un narco ocultando el narcotráfico bajo una capa de respetabilidad. Aun por los motivos equivocados, Escobar tenía un relato social detrás:

“Trató de construir un discurso social y organizó cerca de 100 comités a los que les brindaba materiales y asesoría técnica para proyectos comunitarios. Palabras como ecología, participación, autogestión, novedosas para los líderes de aquellos tiempos, aparecían mezcladas en sus discursos con un populismo y una exaltación desmedida de su personalidad. Este tipo de conceptos modernos en su proyecto podrían explicarse por la vinculación a su equipo de personajes que venían de la izquierda, por la tradición política de su tío, el periodista Hernando Gaviria, veterano dirigente sindical, quien había trajinado, además, por movimientos de ideas socialistas y populistas”.

Durante su lanzamiento político, Escobar ordenó construir 500 viviendas sociales para realojar a los chabolistas del barrio de Moravia (Medellín), afectado por un incendio. Bautizada como Medellín sin Tugurios, la campaña de realojamiento fue financiada en parte por una corrida benéfica organizada por Escobar, que trasladó seis toros en avión desde Madrid. Pero las casas las pagaron sobre todo narcos a los que el patrón Escobar les pidió el favor. “En esa época, su oficina ya era la más famosa porque era la más productiva en el envío de cocaína, y por eso no dudó en aprovechar esa bonanza, en la que muchos ganaban, para pedirles una cuota. Cada mafioso que llegaba a su oficina en busca de negocios era recibido con la siguiente frase: —¿Con cuántas casas me va a colaborar para los pobres? ¿Cuántas le anoto? ¡Diga, venga!”, según Juan Pablo, hijo de Escobar.

El impacto social del Escobar político desconcertó a la prensa colombiana.

“¿Quién es don Pablo, esa especie de Robin Hood paisa que despierta tanta excitación entre centenares de miserables que reflejan en sus rostros una súbita esperanza, que no es fácil de explicar en medio de ese sórdido ambiente? (…) El solo hecho de nombrarlo produce todo tipo de reacciones encontradas, desde una explosiva alegría hasta un profundo temor, desde una gran admiración hasta un cauteloso desprecio”, contó la revista Semana.

El artículo se publicó en abril de 1983. Pablo Escobar acababa de tocar techo público… justo antes de que todo saltara por los aires.

Escribe su hijo sobre el texto de Semana:

1) “Dio a conocer al Pablo Escobar benefactor de los pobres y a la vez al dueño de una incalculable fortuna de origen no establecido. —Mi amor, ¿viste los mitos que construyen los medios de comunicación? Ojalá yo fuera Robin Hood para hacer más cosas buenas por los pobres, dijo mi padre”.

2) “Reveló la existencia de mi padre justo en el momento de su mayor esplendor. Ya era multimillonario. La hacienda Nápoles era lo que había soñado. El tráfico de cocaína iba viento en popa. No tenía procesos penales por los cuales preocuparse y ya no había rastro del que existía desde 1976. Además, era congresista y se codeaba con la crema y nata de la clase política de todo el país. Y para redondear su buen momento, acababa de salir publicada una encuesta en la que el papa Juan Pablo II, el presidente de EEUU, Ronald Reagan, y él eran los personajes más conocidos por el público. Cuando se sentaba a ver los noticiarios de televisión, nos preguntaba qué habían dicho de Reagan, del Papa o de él”.

Y Escobar quería más. No más coca, más dinero o más escaños, sino todo junto: más poder.

“Aunque su fortuna ya era alucinante, Pablo quería esa cosa tan constante en la historia de los hombres: la aceptación de quienes detentaban legitimidad como líderes de la sociedad. Para él, estos contactos eran fundamentales porque empezaba a ser consciente de que su objetivo no era ser narcotraficante, ni un hombre rico como sus amigos, su vocación era el poder —y la gloria que este conlleva—, y el tráfico solo era un instrumento, una palanca para lograrlo”, razona Salazar.

Pero más dura (y sangrienta) iba a ser la caída.

“A finales de 1982, mi padre debió pensar que ya se había asegurado un espacio en la política colombiana. Pero estaba equivocado. Creyó erróneamente que podría traficar y al mismo tiempo incidir en la vida política del país, desde el Congreso. El año siguiente le demostraría que el aparato del Estado era superior a él. Pero no estaba dispuesto a aceptarlo”, según su hijo.

Rodrigo Lara Bonilla fue nombrado ministro de Justicia a primeros de agosto de 1983. Los choques del ministro con los narcos fueron constantes desde el minuto uno. El senador Escobar intentó enfangar al ministro en los dineros de la coca, lo que no era difícil: los narcos aportaban dinero a las campañas de varios partidos bajo la tapadera de respetables hombres de negocios. Pero el juego sucio se le iba a volver en contra: de tanto arrimarse a los focos políticos, Escobar se acabó quemando él solo. Convertida su controversia con el ministro de Justicia en chisme diario, el 25 de agosto, el diario El Espectador publicó en portada que Escobar había sido condenado por tráfico de cocaína en 1976. El honorable senador Escobar era un narcotraficante. Era el fin del sueño y el principio de la pesadilla… para todo un país.

Escribe el hijo de Escobar:

“Mi padre entró en cólera, pues se le cayó su castillo de naipes, se sintió descubierto; estaba convencido de que había desaparecido el expediente judicial que lo señalaba, pero se le olvidó borrar el archivo del diario. Desde ese momento, mi padre comenzó a maquinar la idea de asesinar al director del periódico, pero lo primero que hizo fue enviar a todos sus hombres a comprar los ejemplares antes de que llegaran a los quioscos en Medellín. Lo logró, pero el daño ya estaba hecho, porque los demás medios de comunicación replicaron la noticia de El Espectador”.

El 20 de enero de 1984, Escobar tiró la toalla como hombre público con la siguiente carta a los medios: “Seguiré en lucha franca contra las oligarquías y las injusticias, y contra los conciliábulos partidistas, autores del drama eterno de las burlas al pueblo, y menos aún los politiqueros, indolentes en esencia ante el dolor del pueblo”.

“Salir de la política por la puerta de atrás golpeó muy duro a mi padre, pues siempre estuvo seguro de que desde el Congreso podría hacer algo por los más pobres. En las siguientes semanas, retomó sus antiguas actividades en el negocio del narcotráfico. Pero él no contaba con que el ministro de Justicia, ahora de la mano de la Policía Antinarcóticos y la DEA, seguía empeñado en golpear la estructura mafiosa que amenazaba con apoderarse del país”, según su hijo.

Lo siguiente ya lo sabemos: balaceras (el ministro de Justicia y el director de El Espectador fueron asesinados por sicarios), clandestinidad y guerra total contra el Estado colombiano y la DEA el resto de la década.

La conexión gallega

Pero volvamos al clan Dominguín para cerrar el círculo de las locas relaciones Madrid-Medellín en la primera mitad de los ochenta.

Como la cosa se estaba poniendo muy caliente en Colombia, en 1984, dos de los grandes narcos colombianos se afincaron en Madrid con identidad falsa: Gilberto Rodríguez Orejuela, del Cártel de Cali, y José Luis Ochoa, del Cártel de Medellín. Ochoa y Orejuela compartieron planes en Madrid con sus respectivas esposas.

“Si en Colombia no quieren sus dólares, inviértanlos en España, donde no solo serán admitidos sino bien recibidos. Aquí hay un Gobierno socialista que no depende de EEUU”, dijeron a los narcos, según cuenta Perfecto Conde en La conexión gallega, libro pionero sobre el narco en Galicia.

Pero los capos colombianos acabaron detenidos y extraditados a Colombia, por orden de la Audiencia Nacional, y tras un choque entre España, Colombia y EEUU, que reclamó en vano a los narcos.

El periodista gallego Perfecto Conde fue uno de los pocos que investigaron el triángulo Colombia/Galicia/Madrid antes de que la cocaína se convirtiera en problema de Estado. Hablamos con él.

PREGUNTA. ¿Qué se sabía de Pablo Escobar a finales de 1982?

RESPUESTA. Se sabían muchas cosas. Su pasado de delincuente juvenil y algunos de sus antecedentes. La policía y los militares colombianos conocían, sin duda, sus actividades en el narcotráfico. En España, teníamos menos información sobre Escobar, pero que no te quepa ninguna duda: ya se sabían cosas.

P. Cuando la guerra entre los narcos y el Estado colombiano se hizo irreversible, dos capos colombianos (Ochoa y Orejuela) se instalaron en Madrid. ¿Qué vida llevaron?

R. Vinieron bajo la fachada de adinerados hombres colombianos de negocios. Ochoa se instaló en una urbanización de lujo [en Pozuelo], en la que yo estuve hablando con sus vecinos. Se dedicaban a comprar coches de lujo, toros y caballos de lidia, y a interesarse por las inversiones inmobiliarias.

Hasta que la DEA y Colombia empezaron a presionar, el Gobierno español se puso las pilas y acabaron detenidos. En la cárcel de Carabanchel, se relacionaron con los narcos gallegos, como Sito Miñanco, en prisión por primera vez.

P. Hay un hilo que une la presencia de Escobar en Madrid con la de Ochoa dos años después: los hermanos toreros del clan Dominguín.

R. Sí, uno de los Dominguín fue apoderado de la plaza de toros de Bogotá. Luis Miguel Dominguín estuvo en la finca de los Ochoa a las afueras de Medellín. Le acompañó el torero y periodista extremeño Diego Bardón, que luego me contó la siguiente anécdota: cuando Dominguín y Bardón se metieron en la piscina de los Ochoa, unas ocas les mordieron el culo. En fin, esas cosas que pasan cuando vas a la finca de un narco… A Luis Miguel Dominguín le pregunté si sabía a qué se dedicaban los Ochoa en realidad; me dijo que no tenía ni idea, que si lo hubiera sabido, no habría ido a su casa.

P. Son los años de transición, en los que los narcos dejan de ser vistos con romanticismo y el Estado pone pie en pared…

R. Más que de romanticismo, yo hablaría de matemáticas, es decir, de relaciones de poder. Pablo Escobar tuvo muchísimo poder en Colombia. No era solo un hombre que vendía cocaína: tenía actividad empresarial, económica y política. Pero las tramas y las relaciones de poder siempre acaban cruzándose y chocando entre ellas. Y convirtiéndose en series de Netflix; igual esto que estamos hablando ahora se acaba convirtiendo en una…









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