Esta tarde, tuve el placer de finalmente conocer a Raquel Rivas Rojas, en el seminario «Memorias del desvarío: Los desaciertos de la historia en tres novelas venezolanas contemporáneas» en King’s College . Raquel es creadora de una de esas citas memorables, que definen en pocas palabras y en relación con hechos de nuestro pasado, la tragedia que vive actualmente el gentilicio venezolano:
La tiranía, tanto de la multitud como de su más temible producto, el caudillo irredento, no puede ser contrarrestada con la letra. Al caudillo sólo puede vencerlo la naturaleza implacable —la fuerza de los hechos— o la traición de las masas, que es como un cataclismo natural, como una avalancha indetenible. De ahí que Aguirre esté condenado desde el principio a la derrota y que ésta sea producto de la base misma sobre la cual se sustenta su liderazgo, la condición insostenible de su empresa. A fin de cuentas, lo que Aguirre realiza es una ficción de revolución de la que nadie está enterado hasta muy avanzada la aventura, y son estas ficciones de revolución las que parecen ponerse aquí en escena, en una vuelta de tuerca que permite observar, por su reverso trágico, las incursiones atrabiliarias de los caudillos espontáneos. Siempre temerosos de sus pies de barro, atentos al murmullo de los traidores que amenazan su precaria estabilidad, luchando incansables contra sus propios delirios. Porque si en un primer momento esta ficción presenta al tirano como una fuerza natural indetenible, hacia el final del relato su caída resultará tan inevitable como lo fue, en un principio, su emergencia.
Basta intercambiar Chavez por Aguirre para entender lo que, sin duda, devendrá. Raquel tiene razón. La caída del dictador actual es tan inevitable como el discurrir del tiempo, y durante el seminario de hoy, Raquel hizo referencia a una carta que Rómulo Gallegos habría enviado a Rafael Vegas, y que forma parte del segundo prólogo de la novela Falke, de Federico Vegas:
Ha muerto Juan Vicente Gómez. ¡Que ingenuidad asombrarse por el paso del tiempo! Acaso no sabíamos que hasta el más cruel y obstinado presente se convierte en pasado. Me avergüenzo al recordar las veces que concebí a Gómez como algo eterno, inmutable.
En estos tiempos de zozobra, es difícil tener la serenidad y tranquilidad de mente como para llegar a conclusiones tan evidentes como éstas. No obstante, ha habido según Raquel una proliferación de novelas históricas en Venezuela, en los últimos 11 años. Tal parece que la clase intelectual, que había pasado a un segundo plano en la Venezuela post Perez Jimenez en lo relativo a la formación de identidad nacional por medio de la literatura, se ha reactivado, y está intentando contrarrestar el megáfono oficial, en su intento hegemónico de construir la nueva identidad venezolana. Raquel se refirió específicamente a tres novelas: Falke de Federico Vegas, Rocanegras de Fedosy Santaella, y El Pasajero de Truman de Francisco Suniaga. En las tres, se tratan hechos históricos: en el primer caso, el intento de derrocar a Juan Vicente Gomez por parte de un grupo variopinto y mal preparado en 1929. En el segundo, el asesinato del hermano de Juan Vicente Gomez en 1923. En el ultimo, el intento de instalar a Diogenes Escalante en una suerte de presidencia transitoria en 1946.
Parece haber un patrón entre los autores en la escogencia de los hechos históricos. Todos ellos están rodeados de misterio, por lo cual hay mucho espacio para elucubraciones, y para darle rienda suelta a la imaginación. Es lo que Hayden White denomina en su Metahistory como «philosophers of history», es decir, escritores que utilizan el récord histórico para construir narrativas subjetivas paralelas de acuerdo a su ideología. Raquel nos dijo que éstas novelas históricas pueden considerarse como «maquinas de producción de identidad nacional o de relatos identitarios» (sic), lo cual me parece interesante, por cuanto en mi propuesta de doctorado, pretendo investigar el evidente cambio en las fuentes de creación de discursos de identidad y de nación. Durante las dictaduras de Juan Vicente Gomez y Perez Jimenez la clase intelectual formaba parte activa de la clase política. Durante la dictadura de Hugo Chavez, la clase intelectual ha sido relegada, prácticamente al oscurantismo. El creador por excelencia de nociones de identidad y nación, es ahora un líder político -que no intelectual devenido en político, un militar golpista, un apátrida genuflexo, que persigue entronizarse en el poder. Es la mente del primer caudillo reencarnado, aquel que deseaba la destrucción y aniquilación total de sus enemigos, quien vocifera ahora omnipresente, abusando de los ingentes recursos del estado, su discurso dizque emancipador.
Es en ese contexto, en ese «país histérico» como diría Rafael Vegas, donde intenta la clase intelectual actual contrarrestar la hegemonía comunicacional oficial. La letra no traerá la democracia de vuelta, serán el hambre, la violencia, la corrupción obscena, la ineficiencia, en suma, la idiosincrasia boliburguesa lo que pasará factura. Nuestra historia republicana está plagada de intentos fallidos, de sucesos que las mismas autoridades han asegurado permanezcan envueltos en misterio, de traiciones. Afortunadamente, tambien está llena de transiciones, de derrocamientos, y de levantamientos populares contra el opresor orden establecido.