Hablábamos de Venezuela. Le estaba haciendo una narración de lo que ha venido sucediendo en los últimos años, afirmando que es un error referirse a Venezuela como una democracia. Me miraba, dejándome expandir mis argumentos sin interferir, escrutando mi lenguaje corporal. Al finalizar mi exposición, mi interlocutor me lanzó un «where do you fit in?» («¿cómo quedas tu ahí?»), luego de expresar que toda esa pasión debería ser canalizada. Mi respuesta no se hizo esperar: «I don’t.»
No quedo. No hay espacio para el crítico. No hay lugar para quien antepone el bienestar común, al bienestar personal. No se entiende. No hay aceptación para quien se involucra en la política con el objetivo de restablecer la democracia, mas no el de obtener algún cargo y derivar una vida de comodidades, sin rendirle cuentas a nadie. No hay visión compartida, ni deseos de construir una plataforma política en torno a ideas, mas no a individuos. Ese es el problema de Venezuela. Hemos vivido estados de excepción, como los 40 años del Puntofijismo. No podemos ignorar nuestra historia, desde que Venezuela es república, ¿cuántos años hemos vivido en democracia, 40 de 200? ¿Puede tal récord interpretarse como característico de un pueblo democrático?
«That’s incredible!» expresó mi interlocutor. Procedi a explicarle. La política venezolana esta dividida en dos campos, chavismo y oposición. El chavismo tiene todo el poder, y lo que es más importante, todo el dinero. Y un líder, que, mal que bien, tiene relativamente contentos a sus partidarios, y presenta oportunidades fabulosas de negocios a quien quiera arrimársele. Luego está la oposición, representada por una cantidad de seudo líderes, cuya popularidad combinada no le hace sombra a Chavez. Ellos los saben. Chavez lo sabe, y el pueblo también lo sabe. No tienen control de nada. No tienen dinero, ni representan posibilidades de negocios multimillonarios. La oposición, le contaba, comete el error de no ponerse en los zapatos de la gente que vota por Chavez, quienes, ante la posibilidad de escoger entre alguien que de vez en cuando les regala dinero, y alguien que no tiene nada que ofrecer, sino promesas, pues deciden por quien les da dinero. Es clientelismo, puro y duro. Tradicional, y natural en un país donde el peso del estado en la economía es tal. Entre promesas, y billete contante y sonante, no hay mucho que pensar. En esa dinámica, no caben conceptos banales como democracia, justicia, derechos humanos, civiles y políticos. Eso son pendejadas abstractas, para ociosos que no tienen que preocuparse por la papa. Aun así, continué, es inconcebible que un país de 28 millones de habitantes, cuyo producto interno bruto entre 1999 y 2009 ha sobrepasado 1,8 millón de millones de dólares*, tenga más de la mitad de su población viviendo en pobreza. Es imperdonable que Venezuela esté en el estado en el que está, destruida, con esos ingresos. Esa cifra equivale a más 15 planes Marshall.
En ese punto, le cambio la expresión a mi interlocutor, «¿15 planes Marshall? Debe estar equivocado» me dijo. «Son cifras del Banco Mundial» le respondí, «puedas revisarlas, son publicas.» Como el hombre enmudeció, continué con mi monólogo. El problema es idiosincrásico, le explicaba. Puesto que en los lados de la oposición se ve la misma actitud para con el poder, que del lado chavista. Ambos bandos comparten el mismo deseo ferviente, por un líder que todo lo resuelva. Por un caudillo. Los seudo líderes de la oposición resienten tanto como Chavez lo que perciben como competencia. Ninguno está construyendo futuro. Ninguno está pensando en función de los próximos 50 años. Le mencione, como ejemplo, la anécdota de un encuentro que tuve con Leopoldo Lopez hace años, y la expresión de su rostro cuando le pregunte «¿dónde están tus delfines?» Es decir, existe una división, clara, entre chavistas y anti chavistas. Ahora bien, a la hora de interpretar el poder, y su relación con él, todos pertenecen al mismo bando. Todos quieren ser presidentes. Todos ansían el poder, y todos abrigan los mismos sentimientos mezquinos, egoístas. Todos se creen ungidos, poseedores de la verdad ultima, y de las soluciones para solventar los problemas del país. Todos creen que un hombre, o una mujer, puede sacar a Venezuela del conuco y catapultarla a la modernidad, sin realizar que ese objetivo solo puede ser logrado entrenando a las siguientes generaciones, para que continúen con la tarea, la cual debe ser de muchos, de lo más granado, no la de unos pocos, auto nombrados. No existe la horizontalidad, solo la verticalidad.
«¿Por qué duró la democracia?» espeté. Por un pacto político, en condiciones excepcionales, entre políticos, con la diferencia que los políticos de aquel entonces, habían sido formados en duras luchas contra dictaduras verdaderas, que no post modernas, como la de Chavez. De aquella época salieron hombres como Rómulo Gallegos, Rómulo Betancourt, Rafael Caldera, Carlos Andrés Perez. De aquella época salieron verdaderos partidos políticos, como Acción Democrática y COPEI. Eran hombres, instituciones, forjadas de otro material. Ahora lo que abunda son proyectos unipersonales, construidos alrededor de caudillos de poca monta, que difícilmente duraran en el tiempo. No hay plan de nación. No hay siembra moral. No hay generación de relevo. Tan pronto sale una cara nueva, o discurso independiente, raudo lo asimilan las estructuras ya descritas. Para silenciarlo. Para eliminar la competencia. Lo que hay es hastío. Y arrechera por que les quitaron la manguanga y el libertinaje que tuvieron muchos de ellos por 40 años.
«Suenas muy pesimista», me dijo. «No es pesimismo, es realismo», le respondi. De nada vale engañarse, y desde luego que ignorar nuestra realidad no es una opción. No para mi por lo menos. Mientras el país se hunde en el fango dictatorial, la gente continua como si nada. Comprando, viajando, quejándose, pero sin hacer nada. «¿Qué pasara en el 2011?» me preguntó. Este año es crucial, comenté, por cuanto si las cosas siguen el curso que llevan, es probable que ocurra un estallido social. Espontáneo. La rabia social se está acrecentando, llegando a niveles prácticamente intolerables, en ambos bandos. Los que detentan el poder forzosamente deberán incrementar sus atropellos, para poder mantenerse. En tal situación, hasta un triqui traqui puede degenerar en conflicto. Y si no ocurre el estallido social, pasa el año y llegamos en paz al 2012, entonces Chavez habrá de patear la mesa de una buena vez y declararse, oficialmente, dictador, por cuanto solo así podrá mantenerse en el poder, y evitar la cárcel, o el exilio.
Pero el problema seguira allí. En estos tiempos de agitación no hay espacio para la introspección. Para la meditación, y el arribo a estados de conciencia elevada. Esos procesos vienen, casi siempre, después de los conflictos. Venezuela no ha tocado fondo aun. Su sociedad tampoco, sigue ensimismada, superficial, plástica, ignorante, con un sistema de prioridades totalmente trastornado. El problema, es que los que están allí no se han dado, o no han querido darse cuenta, de que sin unión de propósito que propugne el bienestar colectivo, que no el personal, no hay líder o conjunto de ellos que cambie el país.
*Cifras del Banco Mundial.
Tomado de El problema de Venezuela