El régimen de Nicolás Maduro abrió un nuevo frente de confrontación internacional al amenazar públicamente a las aerolíneas internacionales que han suspendido sus vuelos hacia Venezuela tras las alertas emitidas por Estados Unidos sobre el escalamiento militar en el Caribe y el deterioro acelerado de la seguridad aérea en la región.

Lo que el líder venezolano presentó como una advertencia administrativa es, en esencia, una maniobra geopolítica agresiva, diseñada para ocultar el impacto del aislamiento internacional que se acelera tras la designación del Cartel de los Soles —la organización criminal que Washington atribuye a Maduro— como Organización Terrorista Extranjera (FTO).
Durante su programa “Con Maduro+”, el dictador lanzó una amenaza directa: “Quien se coma la luz le aplicaremos la ley”. No mencionó mejoras de seguridad, auditorías aeronáuticas ni cooperación con entes internacionales. La prioridad no es proteger a los pasajeros ni restaurar la confianza: es intimidar, controlar y disuadir a cualquier aerolínea que considere abandonar el país ante un riesgo creciente.
Las consecuencias fueron inmediatas. El Instituto Nacional de Aeronáutica Civil (INAC) emitió un ultimátum de 48 horas a compañías que suspendieron operaciones, entre ellas Iberia, Air Europa, Plus Ultra, TAP, Avianca, Latam, Turkish Airlines y GOL. En cualquier democracia funcional, este tipo de amenazas sería impensable. En Venezuela, forma parte de la arquitectura coercitiva que sostiene al régimen.
Pero esta vez, la respuesta vino de Europa. El ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, se alineó con las alertas de seguridad estadounidenses y dejó claro que España protegerá a sus aerolíneas contra cualquier represalia política del chavismo. Su mensaje fue inequívoco:
“Todas las empresas españolas van a tener siempre la protección del Gobierno.”
Con esta declaración, España rompe la narrativa de Maduro según la cual la suspensión de vuelos es fruto de una “agresión imperial”. La realidad es otra: Europa comparte la evaluación de riesgo, especialmente tras el aviso de Estados Unidos instando a “extremar la precaución” al sobrevolar Venezuela y el sur del mar Caribe, una región donde Washington mantiene operaciones militares reforzadas contra redes de narcotráfico y grupos designados como terroristas.
La actualización de las recomendaciones de viaje del Gobierno español lo confirma. En un movimiento inusual, Madrid añadió como factor de riesgo la “incertidumbre” generada por la suspensión de vuelos y reiteró la recomendación de no viajar a Venezuela salvo por motivos estrictamente necesarios.
Es la admisión explícita de que el país enfrenta un escenario inestable, volátil y políticamente explosivo, agravado por la crisis poselectoral que permanece sin resolver desde julio de 2024.
Este choque diplomático visibiliza un problema más profundo: Venezuela está entrando en un aislamiento aéreo acelerado. La salida progresiva de aerolíneas neutraliza rutas estratégicas que el régimen ha utilizado históricamente para mover:
personal militar extranjero,
operadores de inteligencia aliados,
cargamentos sensibles,
fondos y facilitadores de redes criminales.
La desaparición de estos canales formales obligaría al régimen a depender casi exclusivamente de aliados como Rusia, Irán, China y Turquía, consolidando un corredor aéreo geopolítico del bloque antioccidental.
Y eso es exactamente lo que intenta evitar Maduro mediante amenazas: si las aerolíneas occidentales se van, ya no podrá sostener la ilusión de normalidad económica ni mantener su arquitectura logística en la sombra.
Pero las advertencias de Estados Unidos, la revisión de protocolos de seguridad en Europa y el incremento del despliegue militar en el Caribe indican que los actores democráticos no están dispuestos a legitimar esa ficción.
En este momento, lo que ocurre en el espacio aéreo venezolano ya no es un asunto técnico: es un campo de batalla de la nueva guerra híbrida en el hemisferio occidental, donde se enfrentan narrativas, intereses estratégicos, operaciones clandestinas y un régimen acusado formalmente de narcoterrorismo.
La amenaza de Maduro es apenas un síntoma de su vulnerabilidad creciente. La respuesta europea y estadounidense revela que, detrás de cada vuelo suspendido, comienza a desmoronarse la infraestructura internacional que sostiene su aparato de poder.
Venezuela se está quedando sin aire. Y el mundo —esta vez— lo está viendo.
Tomado de Crisis en el cielo venezolano: Maduro intimida a aerolíneas y España revela el riesgo real