Hace unos días leí que al ciudadano norteamericano Alan Gross, arrestado en Cuba en diciembre del 2009 y acusado de mercenario por dizque distribuir material ‘contrarrevolucionario’ -léase una computadora portátil, una cámara de video, un telefono móvil, y quizás literatura sobre derechos humanos, civiles y políticos- le podrían condenar a 20 años de prisión. Al respecto, tengo un cuento.
Mi abuela paterna era cubana, nacida en un pueblo llamado Caibarién. Desde pequeño, la escuche repetir con regularidad lo oprobioso de la dictadura de Fidel Castro, y contar cómo hermanos, familiares cercanos, y amigos habían sido torturados, asesinados, encarcelados, por oponerse a las ideas comunistas del comandante Fidel. Las mismas que su pupilo el dictador de Venezuela quiere imponer. Por cosas del destino, se me presentó la oportunidad de viajar a Cuba, en dos ocasiones, en el 2008. Debo admitir que la idea me pareció atractiva en un principio, por cuanto finalmente podría conocer la tierra de la cual mi abuela hablaba con tanta nostalgia, aunque poner la vida a merced de criminales no es algo que se disfrute. Igual me embarqué en la aventura, y si antes de haber estado en Cuba sentia un profundo odio por los comunistas, lo que representan, y las consecuencias de sus acciones en seres humanos inocentes, el haber estado allí, y haber visto el comunismo desde adentro, no hizo sino acrecentar mi repulsión por un sistema politico que se ha caracterizado por su peculiar y sistemática castración e intento de destrucción del individuo.
El que diga que Cuba es un paraíso, es un degenerado. El que diga que los cubanos viven felices, es un depravado. El que repita el cuento aquel de que en Cuba toda la población es educada y tiene niveles de educación comparables con el mundo desarrollado, es un enajenado. El que afirme que en Cuba el sistema de salud es extraordinario, es otro enajenado. El que diga que Fidel Castro acabó con el burdel y libertinaje característicos de la Cuba de Batista y le devolvió la dignidad al pueblo cubano, deberían de encerrarlo 20 años en Villa Marista. Cuba es un fracaso. Es un estado de indigentes. Es una nación donde un megalómano demente apellidado Castro, ha hecho honor a su nombre, y ha castrado la vida y sueños de 11 millones de personas durante 50 años! Es un lugar miserable, un lugar de no retorno, un antro de prostitución, de narcotráfico. Y digo esto por que vi, comparti, comi, bebi, y hablé, con cubanos. Estuve en sus casas, en sus cocinas, en sus cuartos. Abri sus neveras. Vi sus bibliotecas. Nadie me echó el cuento. Claro, los cubanos con los que me reuni, no son miembros del partido. Sino opositores, libre pensadores.
Fui a Cuba, como Alan Gross, a ayudarlos. A demostrarles solidaridad. A darles aliento. A llevarles medicinas, computadores portátiles, cámaras de video y electrónicas, telefonos móviles, y literatura ‘contrarrevolucionaria’, que no es otra que la que propugna que todos los seres humanos nacen libres, poseen derechos que son inalienables, y que nadie debe violar. Allí conocí, por ejemplo, a Yuri Perez Vazquez, quien me narró, entre otras cosas, cómo durante sus estudios universitarios fue sometido a toda clase de abusos por negarse a asistir a los dizque ‘espontáneos actos de repudio’. A Yuri no sólo lo botaron de la universidad, sino que Herman van Hoof, director de la UNESCO en La Havana, se negó a conocer de su caso. Allí conocí a Edgar Lopez Moreno, uno de los tantos que, habiendo recibido asilo político en otro país, sufren la indignación de tener que pedirle permiso al mismo régimen que los oprime y los persigue para poder viajar al extranjero. Conocí también a su esposa, Rufina Velazquez, cuyo padre fue encarcelado por llevar a cabo una caminata en silencio. Allí conocí a otros líderes de la oposición, a quienes aconsejé presentasen una solicitud de discusión de los tratados de derechos humanos, civiles y políticos que la dictadura anunció haber firmado -pero nunca ratificó- lo cual hicieron, demostrando niveles de dignidad y valentía ejemplar. Allí escuche narraciones que no pueden calificarse sino de dantescas, sobre la sistemática violación a los principios y derechos más básicos que ocurren diariamente en las cárceles cubanas, prisiones que, dicho sea de paso, ni la Cruz Roja, ni la Iglesia, ni representantes de ONGs de derechos humanos pueden visitar. En Cuba la vida del individuo no alineado con la dictadura no vale un peso. De hecho, en su pobreza absoluta, el cubano promedio no es dueño, ni siquiera, de su vida, pues no puede hacer con ella lo que le dé la gana. No obstante, allí aprendí que no hay sistema que logre anular totalmente la naturaleza del individuo, que nace y es libre.
Por ello sé que Alan Gross es inocente de cualquier cargo que los malditos comunistas le acusen. A quienes debería condenarse a miles de años de presidio por crímenes que no prescriben, es a esos mismos comunistas que han criminalizado la libertad de expresión, la capacidad crítica, los derechos humanos, y el libre flujo de información. Los cubanos, y no los dictadores que los han oprimido por más de 50 años, merecen la solidaridad del mundo, merecen nuestro respeto, y necesitan de nuestra ayuda. Lamentablemente, Alan Gross fue escogido como chivo expiatorio en el tablero geopolitíco del régimen castrista. Ojalá y no tenga que pasar 20 años en la cárcel por contribuir con la recuperación de la libertad del pueblo cubano.
Tomado de Caso Alan Gross: Cuba continua violando todos los preceptos sobre derechos humanos