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Los “enchufados” compiten en Venezuela para ver quién de ellos instala el garito más grande. Se escucha que hasta el momento el premio se lo lleva el Casino Coliseo en San Antonio de Los Altos, estado Miranda, localizado en un espacio que anteriormente era utilizado para la venta de artículos navideños.

El casino, según se escucha en las redes, es de propiedad mayoritaria de un empresario conocido con el alias de “El Faraón”, un testaferro y operador de negocios en el ámbito petrolero venezolano, quien supuestamente está asociado con una mafia árabe y mexicana que hace vida en la misma zona del estado Miranda en la que fue instalada la sala.

Los árabes son, se escucha, propietarios de ventas de automóviles, alimentos, empresas de seguros y diversas marcas de café gourmet, los mexicanos, menos sofisticados, son dueños al parecer de mucho efectivo.

Pero el líder de todos es supuestamente “El Faraón”, cuyas empresas son manejadas por militares retirados y exempleados de PDVSA. El control o poder de «El Faraón» ya habría apabullado a Wilmer Ruperti, otro de los empresarios, a quien habría logrado quitarle un muy disputado contrato para el manejo y exportación del coque producido en la industria petrolera venezolana.

Es por ello que algunos dicen que la misión del casino pudiera ser la de servir de “lavadora” para la “mafia” árabe y mexicana, además de bancarizar todos los pagos en efectivo que reciben mediante la venta de crudo, fuel oil y coque, en algo que parece tratarse de un “negocio redondo”.

¿Cómo funciona la “lavadora”?

La apertura de los nuevos garitos ha traído a colación la manera como esos lugares pueden ser utilizados para el blanqueo de ganancias ilícitas.

Uno de los mecanismos consiste en que los supuestos jugadores compran algunas fichas costosas, juegan cantidades muy pequeñas y los administradores de las mesas, sean ruletas, cartas y demás, manejan registros solamente en efectivo y sin emitir factura, pues a nadie que compre uno o dos millones de dólares en fichas les entregan facturas. proceden luego a jugar pequeñas cantidades y cuando se van a retirar no aceptan que les paguen en efectivo, sino exigen un pago con cheque del casino, permitiendo que el dinero recibido quede totalmente bancarizado y legitimado, sin que nadie pueda dudar de la proveniencia original de los fondos. Es así que todo a la vista parece legal, situación que crea un caldo de cultivo para la evasión de impuestos, legitimación de capitales y delitos más delicados, como asociación con delincuencia organizada y financiamiento al terrorismo, pues nadie sabe de dónde provienen los fondos que son apostados, sobre los que además el casino tampoco hace muchas preguntas.

Situaciones así se suscitan en casi todos los países que cuentan con casinos, en algo que algunos definen como una especie de equilibrio financiero entre el bien y el mal. Sin embargo en un país como Venezuela, acechado por la corrupción, los casinos parecen resultar una vía muy inmediata para el blanqueo de capitales, por parte de malos actores que buscan el beneficio propio y de sus cómplices.

 

Tomado de Así el Casino Coliseo de San Antonio de Los Altos se convierte en el garito más grande de Venezuela, mientras “El Faraón” y otros “lavadores” se frotan las manos

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