En el transcurso de este año he visitado Cuba en dos ocasiones. Siempre he sentido cierta atracción por la isla, quizás a esto se sumaba el hecho de que mi abuela era cubana, de Caibarién. Para ser franco, el sentimiento inicial, al pasar los primeros días, fue de absoluto disgusto: ante la decisión consciente del mundo civilizado de ignorar la difícil situación de libertad de 11 millones de cubanos, quienes no solo han tenido que soportar una brutal dictadura durante medio siglo, pero encima, la ignominia del mundo. A veces me preguntaba por qué, y no podía complacer mi incomodidad. ¿Qué han hecho los cubanos para merecer tal ostracismo? Es como si no existieran, como si sus voces no contaran, como si por alguna razón cruel y desquiciada pertenecieran a una categoría infrahumana, cuyos derechos pueden ser desatendidos y violados con total impunidad. Los defensores de los derechos humanos en todo el mundo no pueden evitar atacar, y con razón, a Estados Unidos por violar el debido proceso y los derechos de los detenidos en la Bahía de Guantánamo. Sin embargo, no se pronuncia una sola palabra de crítica sobre lo que sucede en las muchas cárceles de Castro. Los aproximadamente 100.000 presos cubanos, políticos y de otro tipo, solo pueden soñar, por ejemplo, con la calidad del agua potable que se les da a los presos de Guantánamo. Los representantes de la Cruz Roja, por ejemplo, no pueden pisar las cárceles cubanas.
El embargo le ha proporcionado a Castro la excusa perfecta para mantener su dictadura represiva y ganar mucha simpatía internacional, en momentos en que el antiestadounidense está ganando terreno a nivel mundial. El hecho de que 135 países votaran a favor de elegir a Cuba para el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en 2006 demuestra cuán exitosa ha sido la ‘política exterior’ de Castro de aprovechar el profundo resentimiento contra Estados Unidos.
La fórmula multiusos de culpar a Estados Unidos ha protegido al tirano comunista de las críticas. Agregue propaganda constante con un apagón informativo efectivo, que funciona en ambos sentidos, y el resultado final es, internamente, una población que ignora en gran medida sus derechos inalienables; externamente, una comunidad internacional inconsciente de lo que está ocurriendo y renuente a escuchar críticas perfectamente legítimas frente al dictador favorito del mundo. Es una tragedia de proporciones monumentales, una crisis humanitaria, pero todos hacen como si nada pasara en Cuba.
El embargo impuesto por Estados Unidos debe levantarse por una serie de razones, la más importante de las cuales es que su supuesto propósito, el de aislar a Castro y disminuir su capacidad de maniobra internacional, ha sido un fiasco total y completo. Contrariamente a lo que inicialmente pensaron los gringos, la medida impulsó tremendamente a Castro y le proporcionó el disfraz perfecto para presentarse como el desvalido: el valiente David que sigue riéndose en la cara de Goliat. Es una muestra increíblemente cruel de una política que en lugar de dañar a su objetivo terminó siendo utilizada como la culpable de todos los problemas de Cuba, como han sostenido desde que se convirtió en ley órganos de propaganda e idiotas útiles. El daño colateral en este caso asciende a 11 millones de víctimas, un costo humanitario demasiado alto para mantenerlo. La terquedad y falta de voluntad del establishment político estadounidense para aceptar su fracaso ya no es una excusa válida, y menos si se considera el creciente comercio entre los dos países.
Las impresiones de los cubanos en Cuba son totalmente diferentes a las de la comunidad de expatriados, centrada principalmente en Miami. Muchas personas con las que hablé en Cuba, no solo la gente común sino también los líderes de la oposición y de la sociedad civil, consideran apropiado que se levante de inmediato. De hecho, Oswaldo Payá, Marta Beatriz Roque y Vladimiro Roca, por ejemplo, han declarado que se debe levantar el embargo. Ponga este pensamiento a la comunidad de expatriados, sin embargo, o al establecimiento republicano, y uno se convierte en un comunista pro-castrista, amante del Che, en cuestión de milisegundos. En este sentido creo que es bastante fácil tener esa opinión, sin tener que soportar cada minuto del día sus supuestas consecuencias.
Si se quita la alfombra del embargo bajo los pies de Castro, los cubanos empezarán a pensar “un momento, ¿cómo es que hemos sufrido este calvario tan tremendo por el embargo y resulta que se ha levantado y aún así seguimos viviendo en el infierno? ” Es probable que la inquietud actual se expanda como un reguero de pólvora.
Estados Unidos tiene ahora una oportunidad histórica: pedirle a Raúl que negocie el fin del embargo, mediante el cual se levantarán las sanciones siempre que se cumplan una serie de condiciones, como la liberación de los más de 300 presos políticos, convertir en ley los tratados de derechos civiles y políticos recientemente firmados. *, permitir que se celebren elecciones libres y transparentes, levantar las prohibiciones de viaje, etc.– se cumplan. Es probable que el régimen cubano, todavía gobernado por fidelistas, se niegue.
No obstante, EE. UU. debería levantar el embargo, haciendo mucho ruido al respecto, ya que puede recuperar la influencia, el respeto y la credibilidad perdidos, lo que avergonzaría a sus muchos críticos.
Pero lo que es más importante, al hacerlo, se desencadenarán fuerzas dentro de Cuba que bien podrían terminar trayendo los cambios inicialmente previstos por la medida, lo que, sin duda, obligará a Raúl a abrirse la mano mucho más rápido.
*Los contenidos del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales siguen siendo desconocidos para la población cubana. Los hermanos Castro engañaron a la comunidad internacional sobre una especie de democratización o liberalización al anunciar una serie de medidas a medias destinadas al consumo extranjero. En realidad, nada ha cambiado internamente: solo este año, 22 disidentes han sido arrestados, 13 están en prisión, condenados por cargos falsos.