«Solo y atado. Atado porque todo dependía de él. Sentia casi físicamente las ataduras que lo unían a todas las formas de vida del vasto país… Para donde se moviera se movía el centro de la red en la que él estaba. Como las arañas en la tela. Si salía de la casa, detrás iba el país. En los pasos y las caras de los que lo seguían, edecanes, familiares, amigos, servidores, buscones, curiosos, y en el eco, el reflejo, el relente, la huella de los que estaban lejos de su vista, en las ciudades y en los campos, pero pegados de él, unidos a él por ventosas, por hilos, por esperanzas y proyectos, por miedos y planes… Era su voluntad, sin necesidad de estar expresada, la que movía los hombres y las cosas en los últimos rincones… Lo que había que solicitar había que solicitárselo a él, porque de ninguna otra parte podía venir una decisión… No había en quien descargarse. Estaba solo rodeado de todo el país… «El único preso verdadero soy yo.»» Arturo Uslar Pietri, Oficio de Difuntos. Barcelona: Editorial Planeta, 1998. p. 266-7.
Es duro. Muy duro. Concebible pero inaceptable. En los momentos consigo mismo, encontrarse en el espejo, luego de todos estos años, y escuchar la voz interna, mas potente y clara que nunca, anunciar la soledad. La más absoluta. Anunciar que no se puede confiar en nadie; que todos los que están en el entorno mas cercano no dudarían en traicionarle para salvar el pellejo. Conociendo de primera mano el esfuerzo realizado. Conociendo que todos sus secuaces son algo, y han acumulado mucho, debido a su posición y connivencia.
No se puede desandar el camino. No hay vuelta atrás. La única opción es huir, hacia adelante. Siempre hacia adelante. Los que han devenido en persecutores son millones, y cada vez son más. Los que apoyan han recibido millones, y cada vez son menos. La variante de «patria, socialismo o muerte», se conoce con certeza, y es «estado, democracia y cárcel», lo que es muerte dicho de otra manera. Incierto es el lugar donde la muerte espera, y por ello se espera en todas partes. Se ve en todo lugar. Y así, «el único preso verdadero», prisionero en el laberinto donde el Minotauro acecha omnipresente, se va consumiendo. Y en el efecto de reducirse, reduce al país, reduce a todos de los que de él dependen. Y ante el proceso de reducción, en un estado de solipsismo, de absoluta paranoia, la esperanza se encuentra tan sólo en la radicalización. En el «no pasarán.»
El triunfo de la democracia es el fracaso del proyecto revolucionario. El fracaso mancillará el sitial en la historia. El fracaso es peor que la muerte. Por ende el fracaso no es opción. Antes que el fracaso, o la democracia: patria, socialismo o muerte.