Willy, el jefe de la mafia de guardias carcelarios de Ecuador

La primera señal de que unos pandilleros armados habían invadido un canal de televisión de Guayaquil se produjo cuando dos jóvenes enmascarados aparecieron en la esquina de la pantalla durante una transmisión de noticias en vivo. Pronto los asaltantes invadieron el set, agitando escopetas y revólveres contra los aterrorizados presentadores, periodistas y equipo de producción. Los televidentes no salían de su asombro cuando los pistoleros blandían explosivos y amenazaban con volar el estudio.

 “Estamos al aire para que sepan que no se juega con la mafia”, se oyó decir a uno de los agresores. 

Era el 9 de enero de 2024, un día marcado en la historia criminal ecuatoriana. Las bandas criminales sembraban el caos en todo el país, con una serie de asaltos osados y aparentemente coordinados en las prisiones y en las calles que dejarían al menos 10 muertos, entre ellos dos policías. 

No hubo ataque más descarado que el asalto al programa de televisión. Un camarógrafo recibió un disparo en la pierna y otro sufrió una fractura en el brazo. Se vio a los empleados apiñados en el suelo. Y, mientras los pistoleros amenazaban con abrir fuego contra sus rehenes, se oyó a alguien gritar: “¡No disparen!”. 

El canal estuvo en directo al menos 15 minutos antes de que se cortara la señal. Durante ese tiempo, se pudo ver a los asaltantes enmascarados haciendo dos señales manuales utilizadas por una de las bandas más conocidas de Ecuador, Los Tiguerones. La primera consiste en hacer la forma de una pistola con el pulgar y los dedos índice y corazón. El pulgar representa a “Dios”, el índice a “paz” y el medio a “libertad”, una referencia al lema de los Tiguerones: “Dios, paz y libertad”, un juego de palabras con “Dios, patria y libertad”, un eslogan frecuentemente usado por los militares ecuatorianos.

El segundo gesto involucra los cuatro dedos. Los dedos corazón y anular se doblan, mientras que el índice y el meñique se estiran para hacer la forma de una “W” en señal de respeto a su líder, el fundador de Los Tiguerones, William Joffre Alcívar Bautista, alias “El Negro Willy” o, más conocido simplemente como “Willy”. 

Según los fiscales, cuando después entrevistaron a los sospechosos y revisaron sus teléfonos celulares, pudieron confirmar lo que sugerían los gestos de las manos: se trataba de una operación de Los Tiguerones, que había sido ordenada por el propio Willy. 

Fue una demostración de poder e intimidación. Pero para quienes dirigían el asalto, también era una misión sin retorno. Al cabo de media hora, las fuerzas de seguridad irrumpieron en el estudio y capturaron a 13 personas, dos de ellas de apenas 15 y 17 años. 

Según los fiscales, cuando después entrevistaron a los sospechosos y revisaron sus teléfonos celulares, pudieron confirmar lo que sugerían los gestos de las manos: se trataba de una operación de Los Tiguerones, que había sido ordenada por el propio Willy. 

Como muchas de las estructuras del crimen organizado del país, Los Tiguerones tienen sus orígenes en el sistema penitenciario. Pero, a diferencia de sus aliados y enemigos, Willy no empezó como recluso, sino como guardia, un engranaje de la maquinaria de corrupción que facilitó la toma del control criminal del sistema penitenciario ecuatoriano.

Para sus seguidores, que a menudo se refieren a él como su “emperador”, su ascenso de guardia a uno de los principales líderes de la mafia ecuatoriana lo ha convertido en un icono criminal. Pero a medida que la violencia de Los Tiguerones ha salido de las cárceles y se ha extendido a las calles, ha cambiado el rostro de su ciudad natal, resquebrajando comunidades y atrayendo a una generación de jóvenes a una mortal vida criminal con promesas vacías de que ellos también pueden escapar de una vida de pobreza.

En octubre de 2024, Willy fue detenido en España. Las fotos de la policía lo muestran esposado y con el uniforme de baloncesto de los Lakers, aparentemente riéndose de sus captores. Pero incluso este vistazo de la realidad detrás del mito es poco probable que detenga a quienes luchan y matan en su nombre.

“Todos queremos ser Willy”, dijo un miembro de Los Tiguerones que habló con InSight Crime bajo condición de anonimato. “Si alguien como él puede llegar a la cima, todos podemos”.

La trampa de la pobreza 

Willy nació en 1989. Creció en Esmeraldas, una ciudad de la costa del Pacífico cercana a la frontera noroccidental con Colombia, rica en cultura afroecuatoriana pero plagada de subdesarrollo y desempleo. Sin embargo, su carrera criminal despegó en Guayaquil, la ciudad más grande de Ecuador. 

Como muchos afroecuatorianos con escasas perspectivas educativas y laborales, Willy se instaló en la Cooperativa Independencia II, una zona densamente poblada del distrito de Isla Trinitaria, dijo a InSight Crime un trabajador social familiarizado con el vecindario, que pidió permanecer anónimo por razones de seguridad. La zona pasó a conocerse como “Nigeria”, en referencia a su numerosa población afrodescendiente y símbolo del racismo y la exclusión social que padecen. 

La Cooperativa Independencia II es un paisaje de extrema pobreza, definido por viviendas precarias y falta de infraestructuras básicas. Casas improvisadas de hojalata y madera se levantan junto a zonas pantanosas propensas a las inundaciones. Los residentes se enfrentan a frecuentes cortes de electricidad y un acceso limitado al agua potable. Además, los puestos de trabajo son escasos. 

Patrulla policial en la cooperativa Independencia II. Crédito: James Bargent, 2024

Cuando Willy se trasladó allí, muchos residentes se encontraron atrapados en el mismo círculo de desesperación del que habían intentado huir. El barrio se convirtió en un caldo de cultivo para la pequeña delincuencia, alimentada por la drogadicción.

“Los vecinos se volvieron unos contra otros. El deseo y la desesperación por una dosis rompieron el tejido social de la comunidad. Era un sálvese quien pueda”, dijo el trabajador social. “Willy fue uno de los inteligentes. Él vendía la mercancía en lugar de consumirla”.

En 2010, el gobierno de Ecuador, dirigido por el entonces presidente Rafael Correa, puso en marcha una serie de proyectos de vivienda social destinados a mejorar las condiciones de vida de los pobres del país. Entre estos proyectos se encontraba Socio Vivienda, una iniciativa de vivienda a gran escala que ofrecía a las familias de bajos recursos la oportunidad de trasladarse de los asentamientos informales a viviendas de nueva construcción subvencionadas por el Estado en el norte de Guayaquil. El programa prometía mejor infraestructura, calles más seguras y un camino para salir de los ciclos de pobreza que azotaban distritos como Isla Trinitaria.

Willy fue uno de los afortunados. En 2012, consiguió un trabajo como guardia de prisiones, primero en la cárcel conocida como La Regional y más tarde en la prisión más grande de Ecuador, Litoral.

Willy fue una de las miles de personas que se trasladaron a Socio Vivienda como parte de este ambicioso plan, según una trabajadora social y residente de Socio Vivienda, quien también se había trasladado allí desde Isla Trinitaria, y que también pidió mantener el anonimato por razones de seguridad. Las condiciones físicas eran mejores que las de las chozas de madera de la Cooperativa Independencia II, pero el proyecto de viviendas se convirtió en otro foco de criminalidad y violencia y pronto se volvió uno de los barrios más peligrosos de Guayaquil. Las brillantes luces de la ciudad, sus puertos en expansión y su bulliciosa economía aún tenían poco que ofrecer a la comunidad afroecuatoriana que había llegado de Esmeraldas.

“La historia se repitió”, dijo la residente de Socio Vivienda. “Sí, teníamos casas más bonitas, pero sin trabajo, no había nada que hacer. Todo giraba en torno a las drogas”.

Willy fue uno de los afortunados. En 2012, consiguió un trabajo como guardia de prisiones, primero en la cárcel conocida como La Regional y más tarde en la prisión más grande de Ecuador, Litoral. A menudo conocida simplemente como “La Peni”, Litoral se convertiría en la puerta de entrada de Willy al mundo criminal ecuatoriano.

Irrumpiendo en las prisiones

El tiempo de Willy como guardia comenzó al inicio de lo que el gobierno de Correa había prometido que sería la construcción de un nuevo sistema penitenciario, más humano y progresista. La Regional y Litoral formaban parte de la primera fase de este proyecto: la construcción de mega cárceles para aliviar el hacinamiento crónico. Pero, al igual que en Socio Vivienda, los audaces planes de Correa apenas avanzaron más allá de la construcción de la infraestructura física. Y como en Socio Vivienda, las nuevas instalaciones pronto fueron invadidas por el crimen organizado.

Guardias como Willy desempeñaron un papel clave en la dinámica emergente. Aunque algunos se vieron obligados a cooperar con las bandas, muchos otros vieron la oportunidad. Sin recursos y en inferioridad numérica, no estaban en condiciones de someter a las bandas a su autoridad, pero tenían suficiente influencia para asegurarse de que se beneficiaban de las florecientes economías criminales que estaban tomando forma en el vacío dejado por el Estado en las prisiones.

“En cada pabellón había una banda diferente donde los guías cobraban su diario”, dijo un líder local de la banda Ñetas que estuvo en prisión durante este tiempo, y que habló con InSight Crime bajo condición de anonimato. “Si [el jefe de] un pabellón quería intimidar a los guías, estos hablaban con sus superiores, y mandaban a cambiar a los cabecillas de esa banda. Automáticamente, ese pabellón lo podía coger otra persona que tuviera el recurso”. 

Lo llaman “comprar el pabellón”.  

Willy no tardó en sacar provecho de esto y trabajó con los líderes de las bandas de toda la prisión. Un líder de banda encarcelado cercano a la cúpula de Los Choneros dijo a InSight Crime que Willy pronto empezó a introducir contrabando en la prisión.

“Empezó a introducir teléfonos, cargadores y tarjetas SIM. Luego empezó con las armas”, dijo la fuente.

Los fiscales también alegaron que, bajo la vigilancia de Willy, los guardias de la prisión pagaban a los reclusos para que ingresaran drogas a la prisión después de las audiencias judiciales. Los guardias supuestamente ofrecían hasta USD 75 por bolsa de cocaína, que los presos debían tragar y luego defecar una vez que hubieran regresado a sus bloques de celdas. Un testigo de la policía afirmó que era de conocimiento público que Willy tenía vínculos con el crimen organizado y el lavado de dinero.

Pronto tuvo su propio pabellón dentro de la prisión, según el líder de los Ñetas. 

“Él le daba las facilidades a su pabellón, la droga, todo. Y ahí cogió fuerza y su nombre”, dijo.

La residente de Socio Vivienda recordó cómo, atiborrado de dinero en efectivo, Willy también empezó a hacerse un nombre en el barrio. Ella describió cómo él pasó del tráfico de drogas al robo de teléfonos celulares y la extorsión, y cómo empezó a vestirse con ropa más cara y a llevar relojes de lujo y tenis de diseñador.

“Era obvio que había entrado dinero”, dijo la residente.

Conocido por sus frecuentes fiestas, la riqueza de Willy llamó la atención de los adolescentes locales. 

“Se aprovechaba de los jóvenes y vulnerables”, añadió la residente. “Los que no tenían trabajo, con padres ausentes. Los atraía con alcohol, mujeres y dinero”.

A cambio, estos jóvenes reclutas estaban a cargo de vender o transportar drogas. Los que se negaban se enfrentaban al carácter violento de Willy.  

“Les gritaba a los niños en la calle. A veces los golpeaba. Quería que todos lo vieran”, dijo ella.

Pronto fue respetado y temido.

“Era poderoso. Era más fácil simplemente mantenerse alejado de él y hacer la vista gorda”, agregó.

El criminal pródigo

Mientras trabajaba en sus negocios ilícitos en las cárceles de Guayaquil, Willy entró en contacto con Jorge Luis Zambrano González, alias “Rasquiña” o “JL”. Rasquiña era el líder de Los Choneros y uno de los arquitectos del modelo de crimen organizado que llegaría a dominar las prisiones y las calles de Ecuador.

“Willy no era nadie. Pero se encariñó con JL, le seguía a todas partes haciéndole favores, y fue entonces cuando JL le tomó bajo su protección”, dijo el líder de una banda encarcelado.

Rasquiña y su banda, Los Choneros, construían entonces una federación criminal dentro de las prisiones ecuatorianas, con el objetivo de acumular poder y controlar los recursos. Pero sus ambiciones no terminaban en las cárceles, ni siquiera en Guayaquil, donde sus redes de bandas estaban haciendo incursiones. 

“JL quería todo Ecuador, no una sola ciudad”, dijo el líder de una banda.

Los vínculos de Willy con Esmeraldas les ofrecían una puerta de entrada en uno de los territorios más estratégicos desde el punto de vista criminal de Ecuador, un lugar crucial para el tránsito y envío para los traficantes internacionales que limita con el departamento colombiano de Nariño, uno de los principales territorios productores de cocaína del mundo.  

“JL buscaba a gente que fuera mafiosa o que tuviera conexiones con bandas para sacarlos de la pobreza y convertirlos en traficantes y ricos”, agregó el líder de una banda.  

Poco después de conocerse, Rasquiña convenció a Willy de que aprovechara sus conexiones en Esmeraldas. Entre ellos estaba el hermano menor de Willy, Alex Iván Alcívar Bautista, alias “Ronco”; y su otro hermano, Luis Ernesto Alcívar Bautista, conocido como “Puya”. 

Los Tiguerones, como llegaron a ser conocidos, se convirtieron rápidamente en un asunto familiar. Trajeron a primos y tíos al grupo. Incluso el padre de Willy —quien en sus días fue un líder comunitario que ayudaba a jóvenes a abandonar su adicción a las drogas mediante programas educativos y de formación profesional— presuntamente se dedicó a la extorsión. 

“En Esmeraldas había como varias clicas, varias bandas, varias pequeñas agrupaciones en diferentes sectores. No funcionaban directamente como grupos de crimen organizado, sino que tenían miembros involucrados en actividades criminales”. 

En la década de 2010, Esmeraldas estaba dividida en territorios controlados por pequeños clanes criminales que dirigían la venta local de drogas, según un activista de derechos humanos de Esmeraldas que pidió permanecer en el anonimato por razones de seguridad. Estos grupos manejaban sus propios negocios, evitando conflictos y fomentando una coexistencia relativamente pacífica en el mundo criminal. 

“En Esmeraldas había como varias clicas, varias bandas, varias pequeñas agrupaciones en diferentes sectores”, dijo el activista de derechos humanos. “No funcionaban directamente como grupos de crimen organizado, sino que tenían miembros involucrados en actividades criminales”. 

En la cúspide de la pirámide criminal local estaba César Vernaza, alias “El Empresario”. Los bajos fondos de Esmeraldas habían estado dominados por Vernaza y su banda Los Templados durante aproximadamente una década. Vernaza era conocido por vender drogas y gestionar un prominente bar y burdel. Al parecer, también era un aliado clave del Cartel de Sinaloa mexicano, al que ayudaba a transportar cocaína desde la frontera colombiana a través de Esmeraldas hasta México y Centroamérica.

Como sugería su alias, Vernaza era más hombre de negocios que un combatiente, y supuestamente mantenía cierto equilibrio en el submundo de Esmeraldas.

“Vernaza ejercía una especie de coacción sobre Esmeraldas”, dijo otro líder comunitario, que también pidió el anonimato por temor a su seguridad. 

Vernaza también conocía a Rasquiña. Ambos habían cumplido condena juntos y se habían fugado de la prisión de máxima seguridad de Guayaquil, La Roca, junto con otras 16 personas en 2013. Pero mientras Rasquiña consolidaba su poder dentro de la cárcel y expandía su imperio criminal en Esmeraldas, Vernaza se enfrentaba a una dura elección. 

Entrando en materia

El 16 de diciembre de 2017, Willy y su primo presuntamente secuestraron a un hombre de 54 años frente a su casa en Esmeraldas. Su cuerpo fue encontrado un día después. Fue el comienzo de lo que el activista de derechos humanos llamó una “purga”. 

“Fue una eliminación sistemática de líderes de organizaciones criminales”, dijo el activista, refiriéndose a los esfuerzos de Willy por eliminar a sus rivales.

Pero no todo iba según lo planeado. Un día después del asesinato, la policía arrestó a Willy después de detenerlo en uno de los carros que supuestamente habían utilizado en el secuestro, y fue puesto en prisión preventiva. 

A finales de ese año, los tres hermanos Alcívar estaban tras las rejas. Puya fue condenado a 34 años por el asesinato de un joven de 22 años después de una supuesta disputa en un bar que involucró a su novia. Ronco, por su parte, fue declarado culpable de robo y crimen organizado y condenado a 88 meses, tras ser detenido intentando robar US$2.000 a un hombre que se dirigía a depositar el dinero en un banco.

Para Willy, sin embargo, la prisión fue una bendición. Allí consolidó sus conexiones y liderazgo, incluso con Rasquiña, con quien Willy se mantenía en contacto a través de videollamadas, dijo el jefe de la banda encarcelado a InSight Crime. Y pronto, Los Tiguerones empezaron a emerger como una fuerza formidable tanto dentro como fuera de prisión, especialmente en Esmeraldas.

Al final, su estancia en prisión fue breve. Willy fue puesto en libertad a finales de mayo de 2018, después de que un juez dictaminara que no había pruebas suficientes en el caso para determinar quién apretó el gatillo en la muerte del hombre de 54 años, y recuperó su trabajo como funcionario de prisiones en Litoral.  

De vuelta en Esmeraldas, Los Tiguerones de Willy crecieron, ganando influencia mediante una combinación de intimidación, extorsión y reclutamiento de jóvenes vulnerables. Trajeron consigo una nueva forma de crimen organizado, basada en la violencia y el control de la comunidad. El activista de derechos humanos declaró a InSight Crime que controlaban quién entraba y quién salía de las zonas bajo su dominio con el pretexto de proporcionar “seguridad” a la comunidad.

Su influencia se extendió. Y, al cabo de unos años, solo quedaba una gran resistencia: Vernaza. En febrero de 2020, unos sicarios le dispararon en el interior de un restaurante de su propiedad en el norte de la ciudad. Nadie fue acusado del asesinato, pero en las calles, Los Tiguerones se atribuyeron la autoría, según varios líderes sociales locales, una versión de los hechos compartida por el líder de una banda encarcelado.

“No es que ocultan que han hecho algo. Más bien lo demuestran como para decir ‘Tenme miedo’”, afirmó el líder de la comunidad.

Una historia de dos plagas 

La muerte de Vernaza desató el caos en la ciudad. Los asesinatos y la intimidación se convirtieron en el pan de cada día, a medida que Los Tiguerones trataban de imponer su dominio con una brutalidad desenfrenada.

“Cuando se mata así a la gente, todo se vuelve una locura”, dijo el líder comunitario. “Y eso es lo que pasó en Esmeraldas. Y ahí aparece, realmente, como todo este tema de las extorsiones, el tema de la trata para fines delictivos con menores de edad. Entonces empezó para nosotros el tema del reclutamiento forzado de menores”.  

Los fiscales alegan que Los Tiguerones aterrorizaban a la ciudad, sobre todo mediante la extorsión. Su objetivo eran residentes, empresarios e incluso el personal de los hospitales. Las llamadas telefónicas y los mensajes ordenaban pagos de hasta US$50.000. Las personas que llamaban, a menudo desde Colombia, Perú y Chile, amenazaban de muerte a las víctimas y a sus familias. El crudo modus operandi se extendía de arriba abajo: incluso Willy fue acusado de realizar videollamadas a algunas de las víctimas.

La pandemia de Covid-19 impulsó aún más el ascenso de Los Tiguerones. A medida que las familias se enfrentaban al desempleo, el cierre de escuelas y la inestabilidad, el dinero que dejaba la participación en el mundo criminal se hacía cada vez más atractivo y sedujo a nuevos reclutas hacia las filas de Los Tiguerones. La ausencia de redes de seguridad social y el colapso de las rutinas durante la pandemia crearon un entorno fértil para que la banda reforzara su control sobre la comunidad.

De vuelta en Esmeraldas, Los Tiguerones de Willy crecieron, ganando influencia mediante una combinación de intimidación, extorsión y reclutamiento de jóvenes vulnerables. Trajeron consigo una nueva forma de crimen organizado, basada en la violencia y el control de la comunidad.

“Tras el inicio de la pandemia, empezaron a aumentar su poder adquisitivo, económico y armamentístico”, afirmó el activista de derechos humanos. 

También aumentaron su poder cultural y construyeron la imagen de los Tiguerones, al patrocinar a cantantes de rap para que escribieran canciones sobre ellos y producir vídeos musicales para mitificar su estilo de vida.

“Utilizaron bien la narco cultura pop y lograron permear en una juventud que estaba en temas de ocio, que no estaba ocupada y que veía algo aspiracional en lo que se podía lograr a través de pertenecer a algún grupo delictivo”, afirmó el activista de derechos humanos.

Un joven hace una señal pandillera en un video musical sobre los Tiguerones. Crédito: El Jincho La Gente Fuerte

Willy se convirtió en la imagen de estos esfuerzos de reclutamiento. A pesar de su apariencia delgada y demacrada, los murales en las paredes de la prisión lo retratan con una figura de fuerza y ​​desafiante, transformándolo en un personaje casi mítico. Su piel está representada más pálida y sus ojos son de un azul penetrante y siniestro.

“Él marcó el ejemplo. Logró lo inalcanzable: escapó de un agujero de mierda para convertirse en alguien. Y nos prometió lo mismo”, dijo el miembro de Los Tiguerones.

Pero los que siguieron esa visión pronto se vieron atrapados por la brutal lógica de la vida en banda.

“Unos lo hacen por poder, otros por necesidad, porque aquí en Esmeraldas no hay oportunidades. Es matar o morir”, dijo un adolescente miembro de Los Tiguerones a Insight Crime. 

Y mientras la presencia simbólica de Willy se extendía, él desaparecía. Después de que las autoridades ordenaran el ingreso en prisión preventiva de Willy por un asesinato en septiembre de 2020, sus abogados afirmaron que ya no se encontraba en el país. Los cargos contra él acabarían siendo anulados cuando un juez dictaminó que las pruebas contra él eran circunstanciales. Pero poco importaba. Había desaparecido. 

“Ha sido un fantasma desde 2020, una figura esquiva, sin apenas contacto con nadie más allá de su familia y un círculo selecto”, afirmó el activista de derechos humanos.

La guerra de Willy 

El 6 de diciembre de 2020, un enfrentamiento en la prisión de Esmeraldas dejó seis muertos. Detrás de la violencia, dijo el miembro de Los Tiguerones, había un movimiento de los Tiguerones para consolidar su control sobre la ciudad al apoderarse de lo que en ese momento era un territorio criminal estratégico clave. Fue la primera señal de lo que estaba por venir.

Tres semanas después, el líder de Los Choneros, Rasquiña, que había salido de la cárcel a principios de ese año, fue asesinado en un centro comercial de la ciudad de Manta. Poco después, la federación criminal de Los Choneros empezó a desmoronarse. 

Por su parte, Willy y Los Tiguerones se unieron a una alianza de otras acciones de los antiguos Choneros encabezada por un grupo conocido como Los Lobos. Se autodenominaron Nueva Generación, contaban con el respaldo de poderosos narcotraficantes ecuatorianos y, según funcionarios de seguridad y fuentes criminales, traficaban con drogas para el Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG). 

Fue una época tumultuosa para el crimen organizado en muchos niveles. Por aquel entonces, el CJNG estaba desafiando el cuasi monopolio que hasta entonces ostentaba su rival, el Cartel de Sinaloa, sobre el tráfico desde Ecuador hacia México y Centroamérica. Y los antiguos aliados de Los Choneros los estaban traicionando en masa. Pero por qué Willy le dio la espalda a Los Choneros sigue siendo una pregunta sin resolver, incluso dentro del mundo criminal ecuatoriano.

Un comandante de Los Choneros, que habló con InSight Crime bajo condición de anonimato, afirmó que Los Lobos habían convencido a Willy de que el nuevo líder de Los Choneros, José Adolfo Macías Villamar, alias “Fito”, había matado a Rasquiña para ocupar su puesto.

“Los Lobos le vendieron una historia que no era real”, dijo la fuente. 

Sin embargo, el jefe de la banda cercano a la cúpula de Los Choneros afirmó que Willy se separó para traficar drogas con el CJNG, aprovechando una conexión que había establecido con un traficante del CJNG al que había ayudado a salir de la cárcel en Ecuador.

“De ahí vino la conexión directa con el CJNG”, dijo la fuente. “Ellos le proporcionaron armas y droga, y él dejó de mover la droga de Sinaloa para Los Choneros y siguió las indicaciones del Cartel de Jalisco. Incluso lo ayudaron a salir del país”.

“Se dio la vuelta, se hizo independiente”, añadió.

Tanto si la ruptura con Los Choneros fue una estrategia planificada o una reacción al asesinato de Rasquiña, dejó a Los Tiguerones, recién independizados, como una fuerza en ascenso en el hampa ecuatoriana. Pero también los dejó en guerra. Y aunque las brutales masacres que tenían lugar en las cárceles atrajeron la mayor parte de la atención, fue en las calles donde se derramó más sangre.

La rivalidad entre Los Tiguerones y los apoderados de Los Choneros, Los Gánsters, convirtió a Esmeraldas en el epicentro de esta nueva guerra mafiosa. En 2022, 383 personas fueron asesinadas en la ciudad, más de cuatro veces el número de homicidios registrados en 2021, según cifras del Ministerio del Interior de Ecuador.

La rivalidad alimentó tanto el reclutamiento como la extorsión, ya que las bandas buscaban refuerzos y recursos. También reforzaron su control sobre los barrios. El miedo generado por estas rivalidades hizo que los residentes se sintieran obligados a aliarse con las bandas, o al menos a tolerarlas, para evitar convertirse ellos mismos en objetivos.

“El crimen organizado transformó en enemigos a los territorios”, dijo el líder comunitario. “La gente de Las Lomas no puede hablar con la gente de las riberas y si te ven conversando te disparan”.  

En 2023, Los Tiguerones habían negociado una tregua con Los Choneros y sus aliados locales, Los Gánsters, pero el acuerdo no trajo la paz a Esmeraldas. Los Tiguerones, en cambio, lanzaron una campaña para erradicar a sus antiguos aliados, Los Lobos, de la región. 

“Esta es una guerra. Así como los militares son soldados, nosotros aquí también somos soldados. Luchamos por principios: Dios, paz y libertad. Luchamos para ser libres”, dijo el miembro de Tiguerones. 

Esmeraldas entró en un nuevo conflicto. Ecuador estaba a punto de seguir el mismo camino.

Enjaulando a los tigres

En enero de 2024, una increíble serie de acontecimientos sumergió al país en una crisis aún mayor. Comenzó el 7 de enero, cuando el gobierno descubrió que Fito, el líder de Los Choneros, se había fugado de la cárcel. Mientras el gobierno declaraba el régimen de excepción en respuesta, las bandas se amotinaron en las cárceles, quemaron coches en las calles, abrieron fuego contra la policía y los civiles en la oleada de ataques que culminó con el canal de televisión durante su programa en vivo. 

Una hora después de que Los Tiguerones asaltaran el estudio, el presidente del país, Daniel Noboa, publicó en X (antes Twitter) un decreto presidencial en el que declaraba que el país se encontraba en un “conflicto armado interno” con 22 grupos “terroristas”, entre ellos, Los Tiguerones. 

La pantalla dividida dejó mareados a los ecuatorianos. Mientras Los Tiguerones mostraban los signos de la banda en sus televisores, la noticia de que el presidente había decidido que Ecuador estaba en guerra consigo mismo brillaba en sus teléfonos celulares. Y dejó a Los Tiguerones elevados en la imaginación pública de una banda a una amenaza para la seguridad nacional.

“Acontecimientos como la invasión del estudio de televisión les ayudan [a Los Tiguerones] a establecer legitimidad”, dijo a InSight Crime Renato Rivera, director del Observatorio Ecuatoriano del Crimen Organizado. “Están creando una estrategia para alcanzar poder simbólico”.

La policía detiene a Willy (de amarillo) en España. Crédito: Policía Nacional Española

Pero bajo la superficie de esta ostentosa demostración de fuerza se escondía la semilla de la arrogancia, presagiando un descenso hacia el caos. Lo que parecía la cúspide de su influencia marcó un punto de inflexión precario para el grupo, ya que las rivalidades internas y las presiones externas empezaron a socavar los cimientos de su organización.

La medida le otorgó amplios poderes, que el gobierno utilizó para lanzar una ofensiva militar en las prisiones y en las calles, incluido un importante despliegue en Esmeraldas. Durante un tiempo, el aumento de las medidas de seguridad y la agresividad —a menudo presuntamente abusivas— de las fuerzas del orden rompieron las conexiones entre las prisiones y las redes de bandas, y obligaron a muchos mandos intermedios a esconderse para evitar ser capturados.

“La mayor parte de [los dirigentes de] las sociedades salen de aquí por las intervenciones policiales”, dijo el coronel Juan Carlos Soria Alulema, jefe de Policía de la provincia Esmeraldas. “Esto también nos ha dado cierta tranquilidad, porque con eso se cortan los canales de comunicación entre ellos y las organizaciones”.

Los soldados rasos de Los Tiguerones se encontraron abandonados y sin líderazgo, lo que hizo que muchos aprovecharan la oportunidad para huir y escapar de las garras de la banda. Este éxodo de soldados no solo disminuyó el número de Los Tiguerones, sino que también desestabilizó su influencia sobre los territorios. 

Los que quedan luchan contra los implacables avances de Los Lobos en Esmeraldas. La detención de Willy en España —donde, según declaró la policía a los medios de comunicación, “vivía como un príncipe”— puede acelerar el declive de Los Tiguerones. Y para algunos, su atractivo ha empezado a desvanecerse.

“Para mí, se trata de los intereses de los comandantes. Todo esto para tener más poder”, dijo el adolescente miembro de Los Tiguerones. “En toda esta guerra, solo soy otro peón. Somos carne de cañón”.

 

 

Tomado de Willy, el jefe de la mafia de guardias carcelarios de Ecuador