Imagino que desde que el Jefe del Estado venezolano llamó pendejo a George Bush, no habrá emoción entre los seguidores del Chávez al oír la dura palabrita. En este Gobierno hay muchos que no son pendejos y emulando a esbirro Pedro Estrada abandonan la revolución a tiempo para vivir un exilio dorado. En Petróleos de Venezuela es donde más abundan estos casos de los no pendejos, por eso regularmente desde Miraflores imponen la misión secreta de encontrar un pendejo para que se haga cargo de los entuertos que han dejado los no pendejos. Vale advertir que por una extraña metamorfosis pendejo que entra a PDVSA se convierte rápidamente en un no pendejo, pero las oportunidades de convertir en algo útil esa especial condición está desapareciendo al igual que la riqueza del país, a menos que se quiera ‘raspar la olla’ como decimos en criollo.
El kino de los pendejos se lo ganó la semana pasada el ex ministro de Finanzas, José Rojas, quien asumió la peligrosa tarea de hacerse responsable de losdesastres cometidos por los revolucionarios en el año 2003, con el pretexto de ‘salvar a PDVSA’.
Una de mis amigas acertó al decir que realmente Rojas es uno de esos pendejos con capa, es decir uno con poderes especiales, ya que tiene apenas 15 días para enterarse de la situación financiera de Pdvsa antes de la asamblea ordinaria pautada para el 30 de este mes y para enfrentar a la Securities and Exchange Commission (SEC) tiene sólo tres meses, porque imaginamos que en reemplazo de Aires Barreto, será Rojas quien tendría que suscribir el informe llamado F-20, el cual debe presentarse en la última semana del mes de junio.
Rojas tiene tres caminos, el primero, decir la verdad sobre las finanzas de PDVSA, lo cual causaría un impacto negativo tremendo sobre el gobierno que pretende seguir incrementando sus ingresos con endeudamiento. Los inversionistas y la gran mayoría de los venezolanos se quedarían perplejos ante la dura realidad, ya que PDVSA y el MEM se han empeñado en decir mentiras y obviar la corrupción reinante en la industria.
Rojas debe recordar que, según el propio presidente de la república, tomar a PDVSA por asalto con militares y círculos bolivarianos le habría costado a su gobierno ‘entre 10 y 15 mil millones de dólares’. Esas pérdidas y las posteriores por mal manejo de los procesos y corrupción tienen que reflejarse en el balance financiero, porque una suma tan grande en un corto lapso es evidentemente algo muy parecido a la quiebra, incluso para una empresa gigante como PDVSA.
El segundo camino que tiene Rojas es mentir y manipular los estados financieros, pero será él, junto con los auditores, el único responsable ante la temible SEC y las leyes norteamericanas que han puesto preso a más de uno fraude.
Podríamos sugerir a Rojas, antes de ocupar su nueva posición en PDVSA, indagar en casos recientes como el de Jeffrey Skilling, el ex director gerente de Enron, quien se entregó al FBI y fue llevado esposado a un juzgado federal para ser acusado de varios delitos. O el caso de Clifford Baxter, vicepresidente de Enron, quien se suicidó antes de enfrentar a la justicia americana. Harto conocidos son también los casos de Daniel Bayly, Robert Furst y James Brown, altos ejecutivos Merrill Lynch, que fueros acusados de conspirar para cometer fraude y falsificar documentos, que resultaron en un incremento artificial de los beneficios de Enron.
Rojas también puede revisar que lo ha pasado con los involucrados en el escándalo Parmalat o, si prefiere un ejemplo más sencillo, puede intentar saber que fue le ocurrió a Martha Stewart, hallada culpable de conspiración, obstrucción a la justicia y dos acusaciones de falso testimonio en el marco de un caso de fraude, por lo cual puede pasar hasta 20 años en la cárcel.
Gracias a la globalización el brazo de la Ley Sarbanes Oxley tiene alcance mundial. Claro siempre queda la posibilidad que José Rojas prefiera vivir en países como Cuba, Libia o la India.
El tercer camino que tiene el nuevo vicepresidente de Finanzas Corporativas de PDVSA es simplemente decir ‘no’, pero esto lo pondría al alcance de la ira del comandante. Ante la ausencia de razones para felicitar a Rojas, solo queda desearle suerte.