En un entorno similar al de iglesias neopentecostales, venden una supuesta fórmula para viajar por el mundo y ser rico. Hay denuncias de que detrás podría existir una estafa piramidal.
Redacción | EL PAÍS
“¿Buscás trabajo? Abrimos mercado, solo cinco horas diarias. Pedí tu entrevista”, dice y agrega un número de teléfono celular. En el medio hay una franja negra, con letras en blanco, “hasta 50.000 mensuales”. Camino unos metros y me encuentro con un afiche idéntico. Luego otro y otro y otro. Un rato más tarde mando un WhatsApp al teléfono: “Hola, vi el aviso. Quiero saber en qué consiste, gracias”. La respuesta es automática: “Obvio que si!!! Espero que estés muy bien, por aquí Gabriel. Sería ideal que puedas presentarte para saber con quién me comunico, en unos minutos estoy con vos!!!”.
Me presento como Sebastián, le pido información. “Sebastián excelente”, me dice Gabriel al minuto, me cuenta que “están abiertas nuevas propuestas laborales” y que, si estoy interesado, que por favor llene un cuestionario. Entonces me pregunta la edad, hace cuánto busco empleo, si tengo hijos y cuántos, si me gustaría tener un trabajo a medio tiempo o tiempo completo, si quiero ganar más o menos de 25.000 pesos, si tengo experiencia en ventas y si estoy dispuesto a capacitarme. Le contesto y admito que no tengo la más mínima experiencia en ventas.
Entonces viene la última pregunta: si tengo computadora o celular. Le digo que sí y llega la respuesta alentadora dos minutos después: “Por lo que vemos Sebastián, das con el perfil que buscamos! Felicitaciones. Ahora solo faltaría poder coordinar tu entrevista cuánto antes”. Seguimos hablando y me pregunta si puedo ir esa misma tarde —la del martes 23 de agosto— a una reunión. ¿A qué lugar? “Déjame ver dónde te tocaría por sistema”, me dice y 22 minutos después aparecen las coordenadas: “McDonald’s de la Ejido, allí vamos a reunirnos para entrevistar personas que se postularon. Envía un mensaje cuando estés llegando”.
Le pregunto qué debo llevar. “Material para tomar notas y realmente una buena actitud”, escribe y pone un emoticón de dos manos estrechándose.
Estoy a la hora indicada y en el lugar indicado. Mando el mensaje pero no responde nadie, entro, recorro el local, subo al primer piso, bajo, salgo y espero en la vereda. Unos 15 minutos después me escribe: “Querido, subí al primer piso por favor. Estoy arriba”. Hago eso y veo una mesa, justo al lado de la escalera, donde está él (lo identifico por la foto del WhatsApp) con tres personas más: una chica y dos varones, más jóvenes. Adivino que Gabriel pisa los 30 años, los otros son veinteañeros. Un grupo de emprendedores en estos tiempos salvajes.
Remera blanca y mirada seductora, me mira, me estrecha la mano y se dirige a uno de ellos: “Te entrevista Félix y después seguís conmigo”.
Félix, un muchachito ágil y menudo, de inconfundible acento cordobés, me pregunta si traje papel. Le muestro unas hojas y una lapicera. Se para y me lleva a una mesa en el fondo, nos sentamos. Se ríe amable, no sé por qué, pero se ríe.
—¿Cuánto querés ganar?
—Y, bueno, 40 o 50.000 pesos -respondo. Una semana más tarde le avisaría que, en realidad, me había hecho pasar por interesado para intentar entender este nuevo fenómeno que llegó al país.
Pongo el papel sobre la mesa.
—¿Te lo puedo agarrar? —pregunta.
Divide la hoja en dos y de un lado escribe: 50% de comisión, sin stock, página web, capacitación, 1.100 pesos, kit inicial.
Me explica de qué se trata la marca de productos vinculados a la belleza, la salud y la nutrición. Se conecta al wifi del local y me muestra el catálogo en el celular. El esquema es que gano el 50% de la comisión por vender esos productos mediante web y redes, pero no tengo riesgo: la empresa me da el stock que yo quiero (“eso es un gol”) y el soporte. Eso sí, pago 1.100 pesos iniciales.
—¿Se me nota el acento cordobés?
—A la legua —le digo.
—En Paraguay me decían que no.
—¿Ustedes son todos argentinos?
—Gabriel y yo sí. Pero el resto del equipo son uruguayos, tranquilo.
Como si ser argentino sea algo necesariamente malo y uruguayo algo bueno.
—¿Vos sabes cuánto sale poner un negocio formal?
Me encojo de hombros.
—Medio millón, mínimo. ¿Sabés lo que es una franquicia?
No espera mi respuesta.
—McDonald’s, por ejemplo. Las hamburguesas son el 20% del negocio, la mayoría es por vender las franquicias.
Entonces viene Gabriel:
—Ya tenemos otra chica.
—Esperá que termino con Seba.
Ella, una señora cincuentona, se sienta en la mesa de al lado. Se nota que escucha, mientras manda mensajes.
—No entiendo bien cuánto ganaría —le pregunto, con honestidad.
—Tengo que pasarlo a pesos uruguayos, pero seguro es mucho.
Luego escribe en la segunda mitad de la hoja. Y ahí vienen las cifras grandes. Pone: franquicia digital, 27.000, 41.100, 207.000, 490.000.
Esas cifras, en pesos, son las que debo pagar para, además de vender los productos de salud y bienestar, entrar en el mundo de los “infoproductos”: eso, se supone, me da un nuevo estatus en la empresa y me habilita a salir a captar a otros interesados. Invertir más dinero para ganar más dinero.
Le comento mis dudas de invertir, no quiero perder dinero. Félix dice que entiende, me pide disculpas, se para y se va con la señora a la otra punta del local.
Yo me quedo ahí esperando a Gabriel. Él aparece unos minutos después.
—¿Vos sos cordobés también? —le pregunto.
—¿Sí, se me nota?
Le digo que en su caso no mucho y entonces me cuenta que dio vueltas por América y que ha sumado acentos de los países, desde Colombia a Paraguay. En su Instagram hay fotos y videos en Punta del Este, varias ciudades de Argentina, también en Paraguay, Río de Janeiro, Miami y Las Vegas. Hay paseos en limusina, retratos en casinos y varias fotos “en la casa de un millonario, José Montoya”.
Nunca había escuchado su nombre, pero a Montoya lo conocería dos días después.
A él también le pregunto si no es muy riesgoso invertir tanto. Entonces tira:
—Yo te invito con 85 dólares.
Lo quedo mirando, no entiendo mucho. Después me invita a un gran evento que habrá ese jueves en un hotel a una cuadra y media de ahí.
—Mirá que acá en Uruguay ya hay gente que gana 250.000 pesos al mes. ¿No querés ganar eso? Esta semana es clave, vamos a salir con todo —dice y se ríe. Solo se pone serio cuando le pido el nombre de la empresa, cuando muestro cierta desconfianza.
—Destander Internacional.
—¿Me podés escribir el nombre en la hoja?
—Sí, claro. Avisame, hay pocos cupos disponible, anotate.
—El jueves es 25 de agosto es feriado acá —le explico.
—Ya nos dijeron: la Nostalgia, ¿no?
Me paro y nos damos la mano. Caminamos hasta la escalera, otro apretón de manos. Yo bajo y él vuelve a su “oficina” improvisada en este lugar con olor a hamburguesas, papas fritas y café. El lugar que me tocó en suerte “por sistema”.
Las denuncias
A la mañana siguiente le confirmo que iré. “Genial Seba, ya quedó tu lugar reservado”, me responden. Aprovecho la tarde para investigar y, con una simple búsqueda en internet, me encuentro con denuncias de estafa. Una persona que se presenta como Estefanía Pereyra dice en un video en YouTube que perdió más de 4.000 dólares y que atrás hay un esquema Ponzi. “El sistema funciona solo si crece la cantidad de nuevas víctimas”, relata. También me entero que Leonardo Cositorto, el argentino preso este año por una supuesta estafa piramidal con la empresa Generación Zoe, trabajó en 2012 para Destander.
Pero las redes también están llenas de videos donde miembros de la empresa hablan de las bondades de sumarse a este emprendimiento, que ya lleva 12 años. Como Natalia, una uruguaya que hace un par de semanas subió un video a su cuenta en el que, con evidente ironía, afirma: “Estamos todos equivocados, somos todos locos y estafadores (…) La gente acá viene cansada de no tener dinero, cansada de estar con las tarjetas en rojo”.
En su canal de YouTube, una persona que se presenta como Nicolás Sueldo, dice que “de ser mantenido por sus padres” pasó a conducir un cero kilómetro y ser “uno de los jóvenes mejor pagos de la industria”. El video se titula “Millonario en tiempo récord” y aparece delante de un auto ploteado con dibujos de dólares.
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